Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. «Vamos al monte», les dice. Al llegar a la cima, Jesús se transfigura delante de ellos. Sus vestidos se vuelven de un blanco deslumbrador, un blanco que ninguno de los tres discípulos había visto jamás.

Transfiguración de Cristo, Luca Giordano, 1685 (Le Gallerie degli Uffizi)

Pedro, Santiago y Juan contemplan a su Maestro. Es una visión que los llena de gozo. De repente, aparecen dos figuras humanas más. Los discípulos, sin poder decir cómo, saben quiénes son: el profeta Elías y Moisés. Los dos entablan un diálogo con Jesús.

Pedro, con cierto temor, toma la palabra y dice a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Jesús permanece en silencio. Entonces, se forma una nube que los cubre y de ella sale una voz: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, los tres discípulos ya no ven a nadie más que a Jesús, que ha recobrado su apariencia de siempre. Sienten una gran paz y a la vez experimentan un agotamiento profundo; su alma y su cuerpo notan los efectos de aquella contemplación fugaz de la gloria divina. Lo que más les ha marcado, sin embargo, ha sido la voz que han escuchado y que aún resuena en su interior. Gracias a ella, comprenden que no han contemplado una gloria cualquiera, sino la gloria del Hijo Amado de Dios.

Jesús los invita a volver. Mientras bajan, les ordena: «No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Pedro, Santiago y Juan se limitan a asentir. Dejan entonces que Jesús se les adelante un poco; cuando están solos, comienzan a discutir entre ellos qué quiere decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Al margen de este admirable y arcano espectáculo de la gloria de Cristo, ocurrió además otro hecho útil y necesario para consolidar la fe en Cristo, no sólo de los discípulos, sino también de nosotros mismos. Allí, en lo alto, resonó efectivamente la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo

San Cirilo de Alejandría

Texto del Evangelio

Marcos 9, 2-10 (leer).

Lecturas del II Domingo de Cuaresma

Leer

Primera lectura: Génesis 22, 1-2. 9-13, 15-18. No te has reservado a tu único hijo

Salmo 116 (115), 10. 15-19. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava

Segunda lectura: Romanos 8, 31-34. Dios no se reservó a su propio Hijo

Otras citas bíblicas para meditar

Juan 17, 1-5 (leer). Jesús pide al Padre que lo glorifique

Filipenses 3, 21 (leer). También nosotros seremos glorificados

2 Pedro 1, 16-18 (leer). San Pedro narra la Transfiguración

Preguntas para orar

1. ¿Ardo en deseos de contemplar a Jesucristo? ¿Cómo es mi oración?

2. ¿Procuro que toda la gloria sea para Dios?

3. ¿Soy consciente de lo que significa ser hijo de Dios por el Bautismo?

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