Unidad y Trinidad

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El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina» (n. 234).

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Los frutos del Espíritu

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Cuando Dios creó al hombre, le insufló un aliento de vida (Génesis 2, 7); pero, consecuencia del pecado, la muerte entró en el mundo (Romanos 5, 12). Sin embargo, Dios perdonó al hombre y Pentecostés es signo de ello. El envío del Espíritu Santo significa que Dios sigue apostando por la vida: «Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Juan 20, 22). Nuevamente, Dios ha insuflado en los hombres el aliento de vida.

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La gran Promesa

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Quizá alguna vez nos hayamos preguntado por qué Jesús, después de resucitar, no se quedó en la tierra; al fin y al cabo, había vencido a la muerte. Su sola presencia habría sido la prueba definitiva para convencer a la humanidad de la verdad del cristianismo.

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Ser cristiano

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«Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”…» (Juan 14, 6). Conviene continuamente recordar que ser cristiano no se reduce ni a una “decisión ética” ni a una “gran idea”, sino que consiste, sobre todo, en el encuentro “con una Persona”, con la persona de Jesucristo (cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1). Sin una relación personal con Jesús, la religión cristiana degenera en un código moral o en una ideología.

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El Buen Pastor

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El cuarto domingo de Pascua se conoce como el Domingo del Buen Pastor. Ciertamente, la liturgia de este día nos invita a considerar la imagen del pastor, que aplicamos en primer lugar a Dios, pero que también referimos a los sacerdotes y que, sin temor a equivocarnos, podemos asimismo utilizar para hablar de todo fiel cristiano.

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Creyentes

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Tomás apóstol no estaba con los discípulos cuando Jesús Resucitado se les apareció por primera vez. Al escuchar los relatos de sus compañeros, se negó a creer. Para la segunda aparición, una semana después, Tomás sí estaba presente. Jesús le increpó: «No seas incrédulo, sino creyente». Y sentenció su “última” bienaventuranza: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Juan 20, 29).

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El gran deseo

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«Ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ¡Ha resucitado!» (Mateo 28, 5-6). Estas palabras del ángel a las mujeres que fueron a visitar el sepulcro de Jesús son el gran mensaje de la Pascua: Jesucristo, el crucificado, ¡ha resucitado! La muerte ha sido vencida por Cristo. Y esta victoria de nuestro Señor manifiesta algo mejor aún: Jesús nos ha salvado del pecado, nos ha redimido.

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Un lugar desierto y elevado

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«En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto…» (Mateo 17, 1). Durante la Cuaresma, Jesús nos invita a cada uno a un lugar apartado, a «un monte alto», para tratar en intimidad con Él, para conocerlo y amarlo más. Allí, estando a solas con el Señor, lo podemos escuchar mejor, nuestro espíritu se alimenta con su Palabra y contemplamos gozosos su gloria (cfr. Oración colecta, II Domingo de Cuaresma).

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