El Reino de los Cielos es como un tesoro de inigualable valor que está escondido (Mt 13, 44). Es una realidad profunda y misteriosa que está cerca (Mc 1, 15), que ya ha llegado (Lc 10, 23), y que llegará a su culmen al final de la historia (Mt 16, 28).

En el evangelio según san Marcos las primeras palabras que Jesús pronuncia se refieren al reino: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15).
Sus palabras incluyen un anuncio y una invitación. El anuncio expresa el don de Dios, su intervención en la historia cuando el tiempo se ha cumplido. La invitación impulsa al hombre a abandonar su vida de pecado, a acoger el don de Dios, y dejarse transformar por Él.
El Reino de Dios no es un proyecto humano, sino principalmente un don gratuito de Dios, que no podemos alcanzar con nuestras solas fuerzas. A nosotros nos corresponde acogerlo, atesorarlo y madurarlo en la libertad y el amor.
CRISTO y el Reino
El anuncio del Reino no es solo el inicio de la predicación de Jesús sino su centro: Jesús mismo es de forma eminente el reino de Dios que irrumpe en la historia.
El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible.
San Juan Pablo II, Redemptoris Missio, n. 18
En sus milagros y curaciones se revela su poder sobre toda la creación, así como el inicio de su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte. Él tiene la potestad de perdonar los pecados (Lc 20, 24), de curar a los enfermos e incluso de resucitar a los muertos.
En Cristo, Dios interviene para recuperar a sus criaturas extraviadas (Lc 15, 6), sanarlas y extenderles la invitación a retornar a la casa del Padre (Lc 15, 11-32). En Él se han abierto las puertas de la reconciliación, y su Sagrado Corazón será para siempre la fuente de una nueva libertad iluminada por Dios.
El reinado de Cristo es del todo singular. No se adapta a los esquemas de los soberanos del mundo. Ellos buscan ser servidos, mientras el Hijo del Hombre viene a servir, a dar su vida para la redención de muchos (Mc 10, 45).

Algunos de los poderosos del mundo alcanzan su poder a costa del miedo y la violencia, y solo tienen por fin ser alabados, enaltecidos, mientras aplastan y abusan de otros; Cristo, en cambio, es manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), y aun siendo de condición divina, tomó la forma de siervo (Flp 2, 6-7), se arrodilló ante sus discípulos y lavó sus pies (Jn 13, 1-17).
Los reyes del mundo se construyen ampulosos tronos y se enaltecen a sí mismos, buscando honores y placeres temporales; pero Cristo reinó en la cruz, fue vencedor en cuanto víctima (San Agustín, Confesiones, Libro 10, 43), se entregó hasta la muerte, y el Padre lo exaltó a la gloria en respuesta a su entrega por amor.
El reino presente en el interior del hombre
El Reino de Dios no es pues como los de este mundo. No es un programa político ni ético, aunque ambos ámbitos puedan luego ser iluminados por él. No crece con las armas o las conquistas de lo que brilla en este mundo. El Reino de Dios, la acción de su soberanía de sabiduría y amor, crece desde lo profundo del corazón del hombre por obra del Espíritu Santo. Allí, en lo íntimo, Él impulsa a una vida conforme a la voluntad de Dios.
La gracia actúa transformando el corazón humano a imagen del de Cristo, haciéndolo dócil y obediente a la voluntad del Padre. A partir de esta transformación del corazón, se renueva todo en la vida del hombre.
No es un proceso que tenga solo consecuencias en el interior, sino que acaba irrigando toda la vida. En este camino, el ser humano no permanece pasivo, sino que responde al don de Dios reconociendo su necesidad de conversión, y poniéndose en camino. Es necesario rechazar el pecado, acoger la gracia y cooperar con ella en libertad.

Es así como Dios reina en nuestro mundo. El Señor de cielos y tierra no anula la libertad humana ni la violenta. La respeta y la trata con un cariño inaudito, pero no se cansa de atraerla mediante lazos de amor (Os 11, 4). Su corazón de Padre, ardiente y tierno, invita a su hijo, le susurra, y espera su respuesta libre para madurar y consolidar la alianza con él en Cristo.
El terrible drama es que podemos negarnos, y hacernos esclavos de cualquier ídolo miserable hasta cerrarnos a la única soberanía que puede hacernos libres: la de Cristo. Pudiendo elegir la luz, que se nos da en abundancia y gratuitamente, nos conformamos demasiado rápido con las tinieblas.
el reino y la iglesia
La Iglesia ha sido enviada a anunciar el reino de Dios proclamado por Cristo. Como instrumento de unión de los hombres con Dios (Lumen Gentium, n. 1), a través de la celebración de los sacramentos y la predicación de la Palabra de Dios, ella comunica la gracia de Dios que libera, sana y santifica.
De esta manera, coopera en el crecimiento del reino de Dios en la historia: evangelizando a los que no conocen a Cristo, y acompañando a sus hijos, los cristianos, a crecer en docilidad a la acción del Espíritu Santo, de forma que se haga cada vez más patente el reinado de Cristo en los corazones humanos.

El reino es una realidad presente hoy en la Iglesia, pero no a plenitud. A causa del pecado, Cristo no reina todavía en nuestros corazones de manera perfecta. Debemos emprender un permanente camino de conversión, ser purificados por el Espíritu Santo y pasar por la cruz, muriendo con Cristo para resucitar con Él.
Los cristianos estamos en tensión hacia el futuro: Cristo viene. Tengamos esta verdad muy viva ante los ojos. Encendamos las lámparas, bebiendo de las fuentes de la gracia; y esperemos vigilantes, en oración, a nuestro Señor glorioso, que viene a instaurar su reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz (Misal Romano, del Prefacio de la fiesta de Cristo Rey).
¿Quieres profundizar más?
Magisterio
- Constitución dogmática Lumen Gentium, n. 5: Sobre la relación entre el Reino de Dios y la Iglesia.
- Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 543-546: Sobre los rasgos del Reino de Dios anunciado por Cristo.
- Juan Pablo II, Redemptoris Missio, n. 18: El reino de Dios no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia.
Teología
- Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, capítulo 3 – El Evangelio del Reino.
Es necesario buscar el Camino y dejar las costumbres del mundo. El gran día de Dios está cerca.
El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15).
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