Realmente discípulo

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Tiempo después de su conversión, San Pablo fue a Jerusalén y nos dicen las Escrituras que «trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo…» (Hechos 9, 26). Cada uno de nosotros se podría preguntar hoy: ¿soy “realmente discípulo”?

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Dar la vida

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Cuando Jesús se define a sí mismo como el Buen Pastor, habla continuamente de dar su vida por las ovejas (Cf. Juan 10, 11. 15. 17-18). Es como si tratara de mostrar que aquello que caracteriza al Buen Pastor es que entrega la vida por su rebaño.

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Testigos del perdón de Dios

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Después de aparecerse a los discípulos que iban camino a Emaús, Jesús se manifestó a sus apóstoles. Y, al igual que a los discípulos de Emaús, el Señor les mostró cómo las Escrituras hablaban ya de su pasión, muerte y resurrección:

«Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”» (Lucas 24, 45-48).

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Misterio de Misericordia

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En el Segundo Domingo de Pascua la Iglesia celebra la Divina Misericordia. Por eso, cantamos exultantes con el salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Salmo 117, 1). El misterio pascual, que acabamos de revivir, es un misterio de misericordia: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo —por gracia habéis sido salvados—, y con Él nos resucitó» (Efesios 2, 4-6).

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El «secreto» de Jesús

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Resulta impresionante el contraste entre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (cf. Marcos 11, 1-10) y, pocos días después, su pasión y muerte ignominiosa (cf. Marcos 14,1 – 15,47). Alguno podría preguntarse: ¿Cómo pudo Jesús asimilar la humillación tan pronto después de las aclamaciones?

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Amar al Amor

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La Sagrada Escritura da pruebas suficientes del amor que Dios nos tiene. San Juan afirma en su Evangelio: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16). Y San Pablo, en su Carta a los Efesios, asegura: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Efesios 2, 4-5).

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¡No más ídolos!

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«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito; todo el que cree en él tiene vida eterna» (Juan 3, 16). Jesucristo es la encarnación del amor de Dios: en su Persona divina y humana contemplamos y experimentamos el amor de Dios por nosotros. Y, a la vez, el mismo Jesús nos enseña cómo amar al Dios que tanto nos ha amado.

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Obediente hasta la muerte

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«Dios dijo: “Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto» (Génesis 22, 2). ¿Quién no se estremece ante semejante orden? Y, sin embargo, Abraham escuchó y, obediente, se dispuso a cumplir el mandato divino: «Abraham alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo…» (Génesis 22, 10).

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