Te acaban de avisar que vas a ser la madre de Dios. Cualquiera diría que te ganaste la lotería. Ya no tendrás que servir, lavar, barrer: ¿quién se atreverá a pedirle eso a la madre del Señor? De ahora en adelante, los demás deberían inclinarse delante de ti: eres, sin duda, uno de los seres humanos más importantes sobre la Tierra. Y, sin embargo, cuando te enteras de que una pariente tuya, ya mayor, está embarazada, sales con prisa adonde ella para servirla, ayudarla, cuidarla… ¿Quién es el insensato, Virgen María, que no se maravilla de tu humildad?

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«¿De dónde a mí tanto bien que venga la madre de mi Señor a visitarme?», se pregunta la anciana Isabel. «No deberías visitarme tú a mí —le dice—, sino yo a ti. Pero aquí estás, dispuesta a ayudarme. ¡Bendita seas, mujer! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡Bendito el fruto de tu vientre!». Isabel gritaba, llena del gozo del Espíritu Santo, y la criatura en su vientre saltaba de alegría.

Dios nos primerea en el amor

La presencia de Jesucristo y la de su Madre producen una inmensa y profunda felicidad. Realmente no somos dignos de que toquen a nuestra puerta, pero ellos lo hacen, con la humildad que los caracteriza: se fijan en lo pequeño, en lo que vale poco a los ojos del mundo, en lo que no destaca… en ti. Y, precisamente por eso, te invade la alegría: Dios te escoge y te ama inmerecidamente, por su profunda misericordia.

Esa es la alegría de la gracia: Dios te ve y te elige gratuitamente, su amor es un regalo. No tienes que hacer ni pagar nada para que Él te ame: al Papa Francisco le gusta decir que Dios nos primerea en el amor. El alma agradecida ante ese amor se desgasta en corresponderle: le ofrece a Él todo lo que es, aunque sea poco, y deja que Él transforme la debilidad en fortaleza.

Si María educó al Hijo de Dios, ¿qué mejor maestra para nosotros?

En esto nos ayuda de manera especial la Virgen María. San Juan Pablo II le rezaba: «Totus tuus», todo tuyo. Nos ponemos en las manos maternales de María y le pedimos a Ella que nos guíe, nos proteja y nos ayude, para que el Poderoso haga obra grandes en nosotros. Si María educó al Hijo de Dios, ¿qué mejor maestra para nosotros?

María nos enseña el servicio, la alegría, la fe y el amor. En María abandonamos nuestro corazón para que haga de él, una vez más, un pesebre confortable para el Niño Jesús.

Texto bíblico base

Lucas 1, 39-45

Textos bíblicos de apoyo

Antiguo Testamento

Salmo 45 (44), 11-18

Nuevo Testamento

Lucas 1, 46-56

Juan 2, 3-5

Hechos 1, 14

1 Juan 4, 10

2 Corintios 12, 9-10

Preguntas para meditar, reflexionar y orar
  1. ¿Cómo es mi devoción a la Virgen María?
  2. ¿Me desespero ante mis miserias o acudo humildemente a la misericordia de Dios?
  3. ¿Vivo con alegría sobrenatural? ¿Dejo que la tristeza me domine?

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