El triunfo de la vida

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Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

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Tentación, pecado y gracia

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En el primer domingo de Cuaresma, la Iglesia le pide a Dios Padre «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo» (I Domingo de Cuaresma, Oración colecta). ¡Qué importante es caer en la cuenta de esto! Si la Cuaresma, con sus distintas prácticas, no nos une más a Cristo, si no nos lleva a conocerlo y amarlo más, entonces será un tiempo desaprovechado.

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«Traje de amadores»

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El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado… Apenas se lo permite la Ley, aquellas mujeres van al sepulcro de Jesús, impulsadas por el profundo amor que tenían a su Maestro. Se sienten desamparadas. Su Amigo les ha sido arrebatado en un abrir y cerrar de ojos.

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El arma secreta

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Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Jesús se adentra en el desierto. Va lleno del Espíritu Santo y guiado por el Espíritu Santo. Las batallas contra el diablo no se pueden ganar sin el Espíritu Santo.

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Los amigos de Jesús

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Los discípulos escuchaban atentamente a Jesús. El Maestro les hablaba desde el corazón, les expresaba sus más profundos deseos y sus más nobles sentimientos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».

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La vid y los sarmientos

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Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Sin que pudieran evitarlo, una pregunta resonó en los corazones de los discípulos: «Y yo, a los ojos de Jesús, ¿qué tipo de sarmiento soy?».

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