En el Segundo Domingo de Pascua la Iglesia celebra la Divina Misericordia. Por eso, cantamos exultantes con el salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Salmo 117, 1). El misterio pascual, que acabamos de revivir, es un misterio de misericordia: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo —por gracia habéis sido salvados—, y con Él nos resucitó» (Efesios 2, 4-6).

La Divina Misericordia, Eugeniusz Kazimirowski (1934)

Al hablar de la Divina Misericordia a todos nos viene a la mente la imagen que representa la visión que en cierta ocasión tuvo Santa Faustina Kowalska. Narra la santa:

Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir, y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio, atentamente miraba al Señor, mi alma estaba llena del temor, pero también de una gran alegría. Después de un momento, Jesús me dijo: «Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío«

Diario de Santa Faustina.

¿Qué significan esos rayos? Jesús le explica a Santa Faustina: «Los rayos de luz de la imagen representan la Sangre y el Agua que brotaron de lo íntimo de Mi misericordia cuando, en la Cruz, Mi corazón fue abierto con la lanza».

En efecto, el Evangelio según San Juan nos cuenta que, después de que Jesús entregara su espíritu, «uno de los soldados le abrió el costado con la lanza. Y al instante brotó sangre y agua» (Juan 19, 34). El mismo San Juan, en su primera carta, dice que Jesucristo «es el que vino por el agua y la sangre» (1 Juan 5, 6).  

La sangre y el agua que brotan del costado de Cristo simbolizan la Misericordia Divina. De ahí que, de alguna manera, penetrar en el misterio de la misericordia divina es adentrarse en el costado de Cristo, que es justo lo que invita Jesús a hacer a Tomás Apóstol: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Juan 19, 27).  

El primer gran efecto de la misericordia de Dios en nosotros es suscitar o renovar nuestra fe. Por eso, la oración colecta del Segundo Domingo de Pascua reza: «Dios de misericordia infinita, que reanimas, con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti consagrado…», y termina haciendo una alusión a la Sangre y el Agua, junto con el Espíritu, que es quien da testimonio (cf. 1 Juan 5, 6): «… Acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendan mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer y qué sangre nos ha redimido».

Puesto que la Iglesia nace del costado abierto de Cristo —como Eva del costado de Adán—, su misión bien se puede caracterizar como una misión de misericordia. Cristo envía a sus apóstoles a ser ministros de misericordia: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 19, 22-23). Los primeros cristianos encarnaron una vida de solidaridad y misericordia: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4, 32).  

LECTURAS DEL II DOMINGO DE Pascua o de la Divina Misericordia

Leer

Primera lecturaHechos de los Apóstoles 4, 32-35
SalmoSalmo 117
Segunda lectura1 Juan 5, 1-6
EvangelioJuan 20, 19-31

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Estoy agradecido con Dios por la gran misericordia que ha tenido conmigo?

2. ¿Ha salido mi fe renovada después de vivir el Triduo Pascual?

3. ¿Vivo con frecuencia la Confesión, Sacramento de la Misericordia?

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