Resulta impresionante el contraste entre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (cf. Marcos 11, 1-10) y, pocos días después, su pasión y muerte ignominiosa (cf. Marcos 14,1 – 15,47). Alguno podría preguntarse: ¿Cómo pudo Jesús asimilar la humillación tan pronto después de las aclamaciones?

Jesús entra a Jerusalén y las multitudes le dan la bienvenida, Pietro Lorenzetti, c. 1320 (Basílica de San Francisco de Asís, Asís)

Debemos tener algo claro: la Pasión no llegó “por sorpresa” para Jesús. Él mismo la había profetizado. Para el Señor no eran desconocidas las profecías del Antiguo Testamento. En el libro del Profeta Isaías leemos: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos» (Isaías 50, 6). Por otra parte, en el Salmo 21 encontramos: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?… Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza… Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos… Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (Salmo 21, 1. 8. 17-18. 19).

Si el “éxito” de la misión de Jesús hubiera dependido de la aceptación de las masas, ciertamente podríamos considerarlo un gran fracasado. Pero justo aquí es donde se revela el “secreto” de Jesús, aquel por medio del cual pudo asimilar tanto las aclamaciones como las humillaciones con tanto señorío. El secreto de Jesús estaba, está, en que Él no obraba cara al público, sino cara a su Padre del Cielo.

Para Jesús, los aplausos o las burlas eran algo secundario: lo principal era hacer la voluntad de su Padre (cf. Marcos 14, 36). Por eso, a lo largo de su Pasión, Jesús ora y acude a Dios Padre. Así, también cumple los textos del Antiguo Testamento: «El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Isaías 50, 7); «Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (Salmo 21, 20. 23).

Puesto que Jesús obró por y para el Padre, sin renunciar a una obediencia hasta la muerte, «por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre» (Filipenses 2, 9). Quien confía en Dios nunca queda defraudado, aun cuando experimente las mayores adversidades.

LECTURAS DEL Domingo de ramos en la pasión del Señor

Leer

Primera lecturaIsaías 50, 4-7
SalmoSalmo 21
Segunda lecturaFilipenses 2, 6-11
EvangelioMarcos 14,1 – 15,47

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Busco los aplausos y la aprobación de los demás? ¿Cómo me comporto en redes sociales?

2. ¿De qué manera llevo las humillaciones, sobre todo cuando llegan de improviso?

3. ¿Busco agradar sobre todo a Dios? ¿Me mantengo en oración?

Un comentario en “El «secreto» de Jesús

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