Creyentes

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Tomás apóstol no estaba con los discípulos cuando Jesús Resucitado se les apareció por primera vez. Al escuchar los relatos de sus compañeros, se negó a creer. Para la segunda aparición, una semana después, Tomás sí estaba presente. Jesús le increpó: «No seas incrédulo, sino creyente». Y sentenció su “última” bienaventuranza: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Juan 20, 29).

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El gran deseo

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«Ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ¡Ha resucitado!» (Mateo 28, 5-6). Estas palabras del ángel a las mujeres que fueron a visitar el sepulcro de Jesús son el gran mensaje de la Pascua: Jesucristo, el crucificado, ¡ha resucitado! La muerte ha sido vencida por Cristo. Y esta victoria de nuestro Señor manifiesta algo mejor aún: Jesús nos ha salvado del pecado, nos ha redimido.

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¿Videntes o creyentes?

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Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor… Hasta entonces, los discípulos no habían creído en lo que le habían dicho las mujeres: que Jesús había resucitado. Pero ahora, después de verlo, no podían dudar; allí estaban los signos inequívocos de que era Él: las manos agujereadas y el costado abierto por la lanza.

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El Buen Pastor

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Jesús les dijo a los fariseos: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; en cambio, el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas».

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