El apóstol Santiago, de rodillas y con todo el cuerpo maltrecho, escuchó a su verdugo desenvainar la espada. El corazón se le aceleró. El rey Herodes Agripa, que lo había mandado apresar, observaba al apóstol con desprecio. De improviso, Agripa soltó una carcajada malévola y dio la orden al verdugo: «¡Mátalo!»

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Martirio de Santiago, Francisco de Zurbarán (Museo Nacional del Prado)

Las imágenes corrieron rápidamente por la mente de Santiago. Recordó el día en que dejó a su padre Zebedeo, con las barcas y las redes a orillas del Mar de Galilea, para irse tras Jesús. Las palabras del Maestro resonaron en su corazón: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí».

El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí

A su padre y a su madre… Santiago trajo a la memoria la imagen de Salomé, su querida madre. ¡Qué mujer más valiente! Cuando todos, incluido él, abandonaron a Jesús el día de la crucifixión, su hermano pequeño Juan y Salomé habían acompañado al Señor por el camino de la cruz. «El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará». Las palabras de Jesús llenaron de fuerza a Santiago: ahora, ahora era su turno, ahora era el momento de reparar su cobardía pasada.

El apóstol abrió los ojos; los había cerrado después de la orden de Herodes Agripa. Su mirada no se dirigió al rey. Tampoco vio ni al verdugo ni a su espada. Santiago contempló a los hombres y mujeres que había evangelizado después del envío del Espíritu Santo en Pentecostés y que ahora lo acompañaban, fieles a quien les había enseñado el camino de la salvación.

Quien a vosotros recibe a mí me recibe

«Quien a vosotros recibe —había dicho el Maestro— a mí me recibe y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado». Santiago tuvo tiempo de esbozar una sonrisa. Sintió una alegría inmensa en su interior; su corazón se sosegó. A través él, un pobre pescador, el Espíritu Santo había conducido a aquellos hombres y mujeres al conocimiento de Jesucristo y del Padre.

La misión estaba cumplida. Antes de que lo tocara el filo de la espada, Santiago exclamó: «¡Señor Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu!». 

Texto del Evangelio

Mateo 10, 37-42 (leer).

Martirio de Santiago

Hechos 12, 1-2 (leer).

¿Qué puedo aprender del Evangelio?

1. Estamos llamados a amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón. Es un amor que debe ser más grande y profundo que el que tenemos por nuestra familia y nuestros amigos (Lee Deuteronomio 6, 4-6).

2. Jesús nos invita a cargar la cruz para ser auténticos discípulos suyos. Podemos vivir pequeñas mortificaciones que den muerte a las malas inclinaciones que identificamos en nosotros. Por ejemplo: sonreír a quien no nos cae también; ayunar para no caer en la gula y compartir con quien no puede comer; ser puntuales para no hacer perder el tiempo a los demás (Lee Romanos 6, 3-11; Colosenses 3, 5)

3. Ser misioneros no es una opción: el Señor cuenta con nosotros para anunciar el Reino. Así quienes no lo conocen podrán tener un encuentro con Jesucristo. El apóstol hace un bien a los demás y predica la misericordia de Dios (Lee 2 Reyes 4, 8-37; Salmo 89 (88), 2-3).

Preguntas para meditar y orar

1. ¿Qué me motiva en la vida? ¿Es el amor a Dios lo primero en mi corazón?

2. ¿Cargo mi cruz con alegría? ¿Le ofrezco al Señor pequeños sacrificios por amor?

3. ¿Soy un medio para que los demás se encuentren con Jesús?

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