Los Evangelios nos presentan varias veces las confrontaciones entre los fariseos y Jesús. Solemos imaginarnos a los fariseos como unos hombres escrupulosos con la Ley, pendientes a cualquier minucia que pudiera considerarse como pecado para censurarla. Por contraste, Jesús aparecería como un personaje de amplitud de miras, «liberal» ante la Ley.

La disputa con los doctores en el Templo, Paolo Veronés, c. 1560 (Museo del Prado)

Esta simplificación corre el riesgo de no hacer justicia a la realidad. Ciertamente, Jesús no era un mojigato como algunos fariseos, pero eso no significa que despreciara la Ley. Todo lo contrario, hasta tal punto la valora que afirma en el Sermón de la Montaña: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos» (Mateo 5, 17-19). Jesús pide a sus discípulos una justicia «mayor que la de los escribas y fariseos» (Mateo 5, 20).

De ahí el amor que el cristiano tiene por la Ley de Dios, porque, por medio de esta, aprende el camino de la verdadera justicia: «Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos, y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu ley y a guardarla de todo corazón» (Salmo 118, 33-34). Una buena síntesis de la Ley de Dios la encontramos en los mandamientos, que conviene no olvidar nunca para nuestro bien moral (y además en el orden establecido, porque tiene su sentido).

Los diez mandamientos
1. Amarás a Dios sobre todas las cosas
2. No tomarás su santo Nombre en vano
3. Santificarás las fiestas
4. Honrarás a tu padre y a tu madre
5. No matarás
6. No cometerás actos impuros
7. No robarás
8. No darás falso testimonio ni mentirás
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros
10. No codiciarás los bienes ajenos

La fe implica una moral. Y esto, más que un condicionamiento para nuestra libertad, le otorga una potenciación: «La verdadera autonomía moral del hombre no significa en absoluto el rechazo, sino la aceptación de la ley moral, del mandato de Dios: «Dios impuso al hombre este mandamiento…» (Gn 2, 16). La libertad del hombre y la ley de Dios se encuentran y están llamadas a compenetrarse entre sí, en el sentido de la libre obediencia del hombre a Dios y de la gratuita benevolencia de Dios al hombre» (San Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 41).

El discípulo sigue a Jesús y se identifica moralmente con Él, no por obligación, sino en completa libertad: «Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad» (Sirácida 15, 16). Los cristianos aman los mandamientos no por mojigatería, sino porque a través de ellos viven plenamente libres y felices.

LECTURAS DEL VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lecturaEclesiástico (Sirácida) 15, 15-20
SalmoSalmo 119 (118)
Segunda lectura1 Corintios 2, 6-10
EvangelioMateo 5, 17-37

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Cuál es mi actitud y comportamiento ante la Ley de Dios? ¿Soy escrupuloso? ¿Soy laxo?

2. ¿Conozco y vivo los diez mandamientos?

3. ¿Amo y valoro el don de la libertad?

2 comentarios en “Mandamientos

  1. Señor Jesús, te entrego mi corazón para que sea liberado y purificado por tu Gracia y así pueda entender cuál es tu Santa Voluntad: que yo cumpla con tus mandamientos y todos tus preceptos; para así poder ser justa con todos mis hermanos. Esta es tu Santa Voluntad.

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