En el Sermón de la Montaña, Jesús nos exhorta: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5, 48). Es un eco de aquellas palabras que Dios pidió a Moisés que dijera a los israelitas: «Di a la comunidad de los hijos de Israel: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”» (Levítico 19, 2).

Todos los hombres estamos llamados a ser santos, santos como Dios es santo. Pero, ¿cómo es la santidad de Dios? En el Salmo 102 encontramos una descripción significativa: «Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas» (vv. 3-4, 8 y 10). La santidad de Dios radica en su amor y su misericordia: Dios es santo porque Dios es amor.
No se debe confundir la santidad con la posesión de algún carisma extraordinario —como el don de lenguas o el don de profecía—, ni tampoco pensar que es más santo el que más conocimientos teológicos tiene. Tampoco la santidad consiste en un puritanismo riguroso ni es más santo el que menos fragilidad demuestre. La santidad es la caridad vivida y sin caridad todo lo demás no sirve de nada:
«Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha…»
1 Corintios 13, 1-3
La llamada a la santidad siempre va unida a la llamada a la caridad. Si en Levítico 19, 2 el Señor pide ser santos porque Él es santo, poco después señala: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19, 18). Y cuando Jesús pide ser perfectos como el Padre celestial, poco antes ha descrito los rasgos de esa perfección, que es la vivencia de la caridad: «No hagáis frente al que os agravia… Al que te pide, dale, y al que te pide prestado no lo rehúyas… Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial…» (Mateo 5, 39-45).
Eso es lo que se nos pide cuando somos exhortados a la santidad: vivir la caridad. «Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo» (San Asterio de Amasea, Homilías 13).
LECTURAS DEL VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura | Levítico 19, 1-2. 17-18 |
Salmo | Salmo 103 (102) |
Segunda lectura | 1 Corintios 3, 16-23 |
Evangelio | Mateo 5, 38-48 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Tengo una idea adecuada de lo que es la santidad?
2. ¿Soy consciente de que estoy llamado a la santidad?
3. ¿De qué maneras estoy viviendo la caridad, especialmente con los más cercanos a mí?
Padre mío entra en mi pobre y manchado corazón con tu Gracia Infinita, para que lo limpies y lo purifiques; y así poder ser morada y templo de tu Espíritu Santo. Te pido la gracia de poder amar y servir a mi prójimo, como Tú lo has hecho conmigo, con mucho amor y caridad. Gracias mi Señor y mi Dios por amarnos tanto.
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Señor Jesús ayúdame a ser santa y vivir la caridad con el más necesitado, pero sobre todo ser aceptiva a tu escucha.
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