Entraron en la aldea. En días anteriores, junto con sus discípulos más cercanos, Jesús había visitado varias poblaciones de camino hacia Jerusalén. Las multitudes se reunían en las plazas para oír las enseñanzas del Maestro. Ahora no era la excepción: poco a poco los habitantes de la aldea en la que habían entrado se congregaban, dispuestos a escuchar al Maestro. ¿Qué les enseñaría?
Uno de los discípulos estaba admirado por la cantidad de personas. «¡Cuánta gente en torno a Jesús! —pensaba—. No solo aquí, sino en los otros pueblos. La misión del Señor está siendo exitosa. Qué bien». Jesús detectó la euforia en el rostro de su discípulo. Entonces le dijo: «Amigo, que no te engañen las muchedumbres numerosas. Lo que realmente importa es la salvación de cada alma». Y, para dar énfasis a las últimas palabras, Jesús repitió: «De cada alma. De cada una».
La entrada al Cielo es personal, no colectiva
El discípulo quedó perplejo. Le preguntó al Maestro: «¿Por qué no prestar atención a las multitudes? ¿Acaso son pocos los que se salvan?». Jesús contestó: «Esfuérzate por entrar por la puerta angosta, porque te aseguro que muchos intentarán entrar y no podrán». El discípulo interrumpió a Jesús: «¿Y por qué la puerta es angosta?».
«Amigo —Jesús pronunció esta palabra lentamente—, al Cielo no se ingresa por montones, escondido en una masa anónima. La entrada al Reino es personal, no colectiva». El discípulo miraba al suelo, meditando. El Maestro prosiguió: «Cuando se cierre la puerta, muchos tocarán y dirán: “Señor, ¡ábrenos! Hemos comido y bebido contigo. Has enseñado en nuestras plazas”. Pero desde dentro se les responderá: “No los conozco. No sé de dónde son. Apártense todos los servidores de la iniquidad”».
Dios solo sabe contar hasta uno
La vida cristiana, para ser auténtica, requiere un trato personal con Dios. No basta con decir: «Yo soy cristiano», o «yo hago parte de este movimiento». No basta con cumplir una serie de normas o con realizar mecánicamente unas determinadas prácticas de piedad. Se necesita un encuentro personal con Jesucristo: conocerlo, seguirlo, amarlo.
«Dios solo sabe contar hasta uno» (André Frossard): le interesa cada persona, no las masas. Su misión es exitosa no cuando tiene multitudes a su alrededor, sino cuando cada alma de esa multitud lo trata como amigo. Esos son precisamente los que entran por la puerta angosta: los que luchan por ser amigos íntimos y leales de Dios.
texto bíblico base
Lucas 13, 22-30 (leer).
textos bíblicos de apoyo
Antiguo Testamento
Éxodo 33, 11 (leer).
Salmo 15 (14) (leer).
Nuevo Testamento
Mateo 7, 21-23 (leer).
Lucas 15, 4-7 (leer).
Santiago 2, 23 (leer).
Apocalipsis 3, 20-21 (leer).
Preguntas para meditar, reflexionar y orar
- ¿Me intereso más por las grandes multitudes o por cada persona en particular?
- ¿Cómo es mi trato con Dios? ¿Es un amigo? ¿En qué se manifiesta eso?
- ¿Qué me impide entrar por la puerta angosta?
Ante la invitación de Jesús a entrar por la difícil puerta estrecha, y no por la ancha, algunos podríamos desanimarnos. Pero abramos nuestra disposición para entender que la dificultad y la incomodidad nos ayuda a llegar al reino de los cielos. Cada obstáculo que atravesamos en esta vida terrenal, nos permite ir logrando los dones y carismas necesarios para poder atravesar esa puerta estrecha. Salir de nuestra zona cómoda para ayudar al prójimo con generosidad, aceptar que lo importante es la salvación de una a una de las almas, cada una de las personas que nos rodea cuenta. Los tenemos en cuenta ?
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