Destino final

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«Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas» (Salmo 46, 6). Celebramos llenos de alegría la solemnidad de la Ascensión. Sí, llenos de alegría. Pero, ¿no nos debería dar tristeza que Jesús se vaya y ya no podamos contar con su presencia física en medio de nosotros?

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Obediencia gloriosa

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De acuerdo con el Evangelio según San Mateo, el último día de su vida, Jesús pasó la mayor parte del tiempo en silencio. Tan solo pronunció dos frases. La primera cuando responde a Pilato que le pregunta si Él es el rey de los judíos: «Tú lo has dicho», le dice el Señor (Mateo 27, 11). La segunda, estando en la Cruz, cuando reza con las palabras de un salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27, 46; Salmo 21, 2).

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El triunfo de la vida

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Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

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Hijos de la luz

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Al cruzarse con el ciego de nacimiento, Jesús afirma: «Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo» (Juan 9, 4-5). Dicho esto, «escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)”. Él fue, se lavó y volvió con vista» (Juan 9, 6-7).

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La luz del cristiano

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Así como Jesucristo es luz —«Yo soy la luz del mundo» (Juan 8, 12)—, así también Él mismo desea que sus discípulos sean luz: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5, 14). El Señor quiere que la luz del cristiano brille «ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5, 16).

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Humildad

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Una de las grandes tentaciones de la vida cristiana es creer que, de alguna manera, debemos «ganarnos» el amor de Dios. Buscamos la manera de presentarnos intachables ante Él y si llegamos a equivocarnos, nos frustramos, pensando que no hemos estado a la altura. La tristeza invade entonces al alma y la desesperanza la paraliza.

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Apocalipsis: ahora

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Los discípulos escuchaban con cierto sobrecogimiento las palabras de Jesús: «En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán…». El tono apocalíptico del discurso les indicaba a los discípulos cuál era la intención del Señor: hablarles sobre la renovación del mundo presente, sobre la revelación definitiva de Dios Salvador.

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La luz de la fe

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Bartimeo se había acostumbrado a vivir en un mundo en tinieblas. No solo porque era ciego, sino porque desde hacía muchísimo tiempo llevaba una vida infeliz. La mendicidad representaba para él la única opción de supervivencia; y, a veces, ni siquiera eso: había días en que la gente que entraba o salía de Jericó apenas dejaba unas pocas monedillas a los mendigos que se situaban a las puertas de la ciudad.

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