La Liturgia de la Palabra del primer Domingo de Cuaresma (Ciclo B) nos permite realizar un paralelismo entre la figura de Noé y la figura de Jesús. Jesucristo, en efecto, queda perfilado como un nuevo Noé.
Queda limpio
Al contemplar la escena en que Jesús cura al leproso, aprendemos de ambos, tanto del leproso como de Jesús. Por una parte, el leproso nos da ejemplo de humildad, presentando su oración «de rodillas», sin pretensiones ni exigencias, dejando todo en manos de la voluntad del Señor: «Si quieres, puedes limpiarme» (Marcos 1, 40).
Buena noticia
Hay momentos en que nuestra vida adquiere un tinte sombrío. Un fuerte revés económico, una enfermedad incurable o un sufrimiento moral intenso pueden dar la sensación de que nuestros días «se van consumiendo faltos de esperanza» (Job 7, 6). Quizá es en esos momentos cuando, más que nunca, caemos en la cuenta de la necesidad que tenemos de salvación.
La autoridad de Jesús
Los habitantes de Cafarnaúm se asombraron cuando, por primera vez, escucharon enseñar a Jesús: «Les enseñaba con autoridad y no como los escribas» (Marcos 1, 22). Más aún, quedaron estupefactos al comprobar que el Señor no solo enseñaba con autoridad, sino que los espíritus inmundos obedecían a sus mandatos (cf. Marcos 1, 27).
Señor, enséñame tus caminos
Jesús comenzó su predicación invitando a la conversión: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15). Siguiendo la estela de los profetas, Cristo recordó que la fe en Dios implica un cierto comportamiento: abandonar el «mal camino» (cf. Jonás 3, 10).
Escuchar y obrar
Cuando nos enseñaron a hablar, muy probablemente nuestros padres nos fueron diciendo algunas palabras para que nosotros las repitiéramos: «Mamá», «papá»… Y, nosotros, poco a poco, fuimos balbuceando esos primeros vocablos. De la misma manera, nuestra Madre la Iglesia nos va enseñando las palabras con las que podemos aprender a comunicarnos con Dios.
¿Qué podemos aprender de los Reyes Magos?
En la solemnidad de la Epifanía del Señor solemos poner la mirada en los Reyes Magos. Ellos representan, en efecto, a los gentiles, a quienes también se manifiesta — epifanía significa precisamente “manifestación”— la salvación traída por el Niño Jesús. Así nos lo recuerda la oración colecta de la Santa Misa de la Epifanía y también la segunda lectura (cf. Efesios 3, 2-6).
Una familia ejemplar
La oración colecta de la Misa de la Sagrada Familia afirma que Dios «nos ha propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo», para que «imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo». Contemplando la familia de Jesús, María y José, podremos encontrar las gracias necesarias para sanar las heridas que hay en nuestras familias y para consolidar sus fortalezas.
La verdadera alegría de la Navidad
«Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. El Señor está cerca» (Filipenses 4, 4-5). La Iglesia ha querido que estas palabras de San Pablo constituyan la antífona de entrada del tercer Domingo de Adviento, también llamado Domingo Gaudete. De esta manera, nos invita desde el primer momento a disponernos para la alegría por el nacimiento, ya próximo, de Jesús.
Tiempo de esperanza
Comenzamos el tiempo de Adviento, tiempo —como su mismo nombre lo indica– en el que nos preparamos para una llegada, para una venida; o, para ser más precisos, para dos venidas (Cfr. Prefacio I de Adviento). Por una parte, conmemoramos la primera venida del Hijo de Dios en la carne: el nacimiento de Jesucristo, la Navidad. Pero, por otra parte, también tenemos a la vista su segunda venida: la manifestación gloriosa del Señor al final de los tiempos, la Parusía.