El triunfo de la vida

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Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

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Resurrección

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«Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (1 Corintios 15, 14). La fe en la resurrección de los muertos se encuentra en el núcleo del cristianismo. «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado» (1 Corintios 15, 16): y si esto fuera así, los cristianos serían entonces los admiradores de un personaje insigne del pasado, pero nada más.

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Testigos

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Justo antes de subir al cielo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto…».

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Una herencia valiosa

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Él era un hombre joven, rico y bueno. Cualquiera diría que tenía todo lo necesario para ser feliz; él, sin embargo, notaba que le faltaba algo, pero no sabía que era… hasta que oyó hablar a Jesús. Percibió que aquel Maestro le podría enseñar a conseguir la plenitud que su alma ansiaba. En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

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Horizonte de vida

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Jesús oía el murmullo de la multitud que lo rodeaba. Desde que había afirmado que Él era el pan bajado del cielo, varios de los que lo escuchaban comenzaron a hacer gestos de desaprobación. Comentaban entre sí: «¿Cómo puede decir este que ha bajado del cielo? ¿Acaso no es el hijo de José? Conocemos a su padre y a su madre».

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Fuente de vida eterna

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Juan no lo podía negar: la gente estaba muy entusiasmada con él. Algunos afirmaban incluso que él era el Mesías esperado. Por eso, Juan se vio en la necesidad de aclarar la situación: «Yo no soy el Mesías. Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».

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Cristo, revelador del Padre

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A través de los ojos de Jesucristo, el Unigénito del Padre, nos adentramos en las profundidades de Dios. Sus palabras nos llevan a contemplar el misterio de la Santísima Trinidad. Consideremos tres ideas: el Hijo ha sido enviado; es la luz de los hombres; y en Él nos es concedida la vida eterna. Leer Más

Vivir para siempre

Fue el sábado más largo de su vida. María Magdalena, Juana y María la de Santiago esperaban ansiosas que pasara el día de reposo que debían observar los judíos para poder visitar el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Estaban profundamente abatidas: se habían burlado de su Maestro, lo habían torturado, ¡lo habían asesinado! Querían darle, por eso, una última manifestación de amor: embalsamar su cuerpo magullado y lleno de heridas con perfumes y aromas. Leer Más