Obediencia gloriosa

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De acuerdo con el Evangelio según San Mateo, el último día de su vida, Jesús pasó la mayor parte del tiempo en silencio. Tan solo pronunció dos frases. La primera cuando responde a Pilato que le pregunta si Él es el rey de los judíos: «Tú lo has dicho», le dice el Señor (Mateo 27, 11). La segunda, estando en la Cruz, cuando reza con las palabras de un salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27, 46; Salmo 21, 2).

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En las manos del Padre

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Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda... Vemos a Jesús, el Hijo de Dios, crucificado entre malechores, como si fuera un malechor más… ¡Con qué fuerza lo expresa San Pablo!: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Filipenses 2, 6-8).

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La vid y los sarmientos

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Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Sin que pudieran evitarlo, una pregunta resonó en los corazones de los discípulos: «Y yo, a los ojos de Jesús, ¿qué tipo de sarmiento soy?».

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