El triunfo de la vida

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Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

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La puerta estrecha

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El mensaje del Evangelio es para todos. Jesús no envía a los apóstoles a un grupo selecto de personas, sino que los manda evangelizar el mundo entero: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio» (Marcos 16, 15). En efecto, Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2, 4).

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