En las manos del Padre

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Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda... Vemos a Jesús, el Hijo de Dios, crucificado entre malechores, como si fuera un malechor más… ¡Con qué fuerza lo expresa San Pablo!: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Filipenses 2, 6-8).

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La gloria que nos espera

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Los discípulos recogían las sobras. Jesús había multiplicado los panes y los peces para más de cinco mil personas y no quería que nada se desperdiciara. Él mismo, después de despedir a la multitud saciada, ayudó a recoger. Estaban cansados, ya era de noche, pero el Maestro se retiró para orar a solas. Los discípulos lo contemplaban. De repente, Jesús se dirigió a ellos y les dijo: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

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Cuando el Papa regañó a Jesús

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Si a ti o a mí nos hubiera tocado elegir al primer Papa, seguramente no hubiéramos elegido a Simón, el hijo de Jonás, pescador de Betsaida. ¿Cómo se le ocurrió a Jesús edificar su Iglesia sobre un hombre de poca fe (Mateo 14, 29-31), bravucón (Mateo 26, 34-35), cobarde (Mateo 26, 69-75) y con instinto asesino (Juan 18, 10)? ¿En qué estaría pensando?

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