El triunfo de la vida

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Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

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Tentación, pecado y gracia

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En el primer domingo de Cuaresma, la Iglesia le pide a Dios Padre «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo» (I Domingo de Cuaresma, Oración colecta). ¡Qué importante es caer en la cuenta de esto! Si la Cuaresma, con sus distintas prácticas, no nos une más a Cristo, si no nos lleva a conocerlo y amarlo más, entonces será un tiempo desaprovechado.

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Los intereses de Dios

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Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». A Jesús lo rodean publicanos y pecadores. Fariseos y escribas se preguntan: ¿Cómo puede un hombre decir que viene de Dios y a la vez convivir con personas que ofenden a Dios? ¿No es esto una incoherencia?

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En primera persona

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Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían… Algo disgustó a Jesús del tono de voz de aquellos hombres. Le contaban la noticia dando a entender que si los galileos acabaron de esa forma, se debía seguramente a su condición: serían unos pecadores.

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¡Jesucristo!

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En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. ¡Qué asombroso es el misterio de Dios! Él es Uno y Único y, a la vez, tres Personas. Él, feliz en sí mismo y sin faltarle nada, ha querido crear el universo, para hacer partícipes a las criaturas de su gloria y bienaventuranza.

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Santo celo

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Juan, el discípulo amado, llega a la presencia de Jesús ufanándose de la buena acción —piensa él— que ha realizado: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». ¡Qué gran celo el de Juan! ¿Quién se atreverá a echarle en cara su deseo de que nadie usurpe el nombre de Jesús?

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Fuente de vida eterna

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Juan no lo podía negar: la gente estaba muy entusiasmada con él. Algunos afirmaban incluso que él era el Mesías esperado. Por eso, Juan se vio en la necesidad de aclarar la situación: «Yo no soy el Mesías. Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».

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Entrando en el corazón de Dios

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Por las palabras de san Pablo (Rm 13, 8-10) y del Señor (Mt 22, 40) sabemos que el resumen de la Ley de Dios se encuentra en el doble mandamiento de la caridad: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Esta es la cumbre de la vida según el Evangelio y el camino de la Bienaventuranza. Pero tal meta, vivida en perfección, supera las fuerzas del hombre; sólo es posible de alcanzar como fruto de un don de Dios, quien nunca cesa de sanar, curar y transformar el corazón por medio de la gracia.

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«Déjame ahora»

Juan bautiza a Jesús

No. Imposible. Juan el Bautista se resistía a aceptar la petición de Jesús. «¿Qué yo te bautice? Pero si ni siquiera soy digno de llevarte las sandalias. Más bien, deberías tú bautizarme a mí». Juan, seguro de la verdad de sus palabras, pensó que Jesús le daría la razón. Sin embargo, el Señor calló y se lo quedó mirando. Aquella mirada… Leer Más

Nosotros, pecadores

Vocación de San Mateo

Leví escuchaba junto con los otros discípulos las enseñanzas de Jesús. Hacía unos meses el Maestro se había acercado a la mesa donde él recaudaba impuestos y le había dicho: «Sígueme». Leví, a quien también llamaban Mateo, se había sorprendido: ¿Cómo podía ser que el Maestro Jesús de Nazaret, del que se decía que predicaba con autoridad y que sanaba milagrosamente a enfermos, lo quisiera a él, publicano, como discípulo?

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