Un Dios generoso

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La luna había aparecido ya en el firmamento, aunque todavía estaba claro. Judas Iscariote se sentía agotadísimo: durante toda la jornada, él y los otros discípulos habían acompañado a Jesús a atender a los enfermos que le presentaban. Al ver la luna, Judas se acercó a Jesús y le dijo: «Maestro, ya es tarde y estamos en despoblado. Despide a la gente, para que puedan volver a sus casas y coman algo».

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La generosidad de Jesús

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El día había sido agotador para los doce apóstoles. Jesús no paraba. En la mañana se había dedicado a curar a algunos enfermos que le habían presentado: con cada uno se tomaba el tiempo que le parecía necesario, los escuchaba y los invitaba a llevar una vida de cara a Dios. Después del medio día, el Maestro había comenzado a hablar sobre el Reino de Dios a una muchedumbre que se había reunido en torno a Él: eran más de cinco mil personas. El sol ya empezaba a esconderse y Jesús seguía predicando.

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