Un sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer. Al ver que los otros invitados se apresuraban para escoger los primeros puestos, decidió contarles una parábola.
Humildad

Un sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer. Al ver que los otros invitados se apresuraban para escoger los primeros puestos, decidió contarles una parábola.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba… Todas las palabras y obras de Jesús tenían su raíz en la oración. El Señor, que oraba en todo momento, dedicaba tiempos exclusivos de soledad y silencio para hablar con su Padre. De este modo sostenía su misión entre los hombres.
Casi como por intuición, los discípulos de Jesús saben que están llamados a imitar a su Maestro. No obstante, el Evangelio no recoge ninguna indicación explícita del Señor al respecto… salvo una: «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29).
Los discípulos se habían dado cuenta: Jesús prefería los lugares solitarios para rezar. En varias ocasiones se había escapado a la montaña él solo —a veces con dos o máximo tres— para pasar largas horas en diálogo con Dios. Lo llamaba Abbá, Padre.
Aquel grito le salió a Juan de lo más profundo del alma. Daba la impresión de que lo había contenido por mucho tiempo, pero que, llegada la hora, cuando Jesús vino adonde él, no había podido aguantar más, como represa vencida por el agua: «¡Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!». Leer Más
Se oyeron varios disparos. Dos de ellos lo alcanzaron en el vientre: Juan Pablo II sangraba a borbotones. Rápidamente, se llevaron al Pontífice para el hospital. Mientras tanto, varias personas impedían que el autor de los disparos —Mehmet Ali Agca— escapara. Lo capturaron. A él le daba igual, había cumplido su misión: asesinar al Papa. Leer Más
Los discípulos escuchaban atónitos: «Dichosos los pobres, dichosos los que ahora tienen hambre, dichosos los que ahora lloran, dichosos los perseguidos…». ¿Estaba Jesús seguro de lo que decía? ¿No se habría confundido el Maestro? Leer Más
Los soldados se burlaban de Jesús. Le habían puesto encima un manto de púrpura —símbolo de la dignidad real— y, en la cabeza, una corona de espinas. Con una caña, que representaba el cetro real, le pegaban en la cabeza. Una vez. Otra más. También lo abofeteaban y le escupían. Se arrodillaban ante Él y le decían con sorna: «¡Salve, rey de los judíos!». Él, Cristo Rey, callaba. Oraba. Perdonaba. Leer Más