Atardece en el mar de Galilea. Durante horas, Jesucristo ha estado hablando a las multitudes en parábolas. Ahora, terminado su discurso, mira hacia el mar y les dice a los discípulos: «Vamos a la otra orilla».
La voz de Dios

Atardece en el mar de Galilea. Durante horas, Jesucristo ha estado hablando a las multitudes en parábolas. Ahora, terminado su discurso, mira hacia el mar y les dice a los discípulos: «Vamos a la otra orilla».
En toda Galilea el comentario era el mismo. Jesús de Nazaret había dejado el oficio de carpintero, heredado de su padre, y ahora iba de aldea en aldea proclamando el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Jesús acaba de ser bautizado. Al salir del agua, el Espíritu Santo baja sobre Él en forma de paloma y se oye la voz del Padre: «Tú eres mi Hijo, el Amado. En ti me he complacido». Es la presentación perfecta para empezar su vida pública: ¿Quién no escuchará y creerá a quien Dios llama su Hijo amado? Sin embargo, el Espíritu no lo lleva a ninguna plaza para predicar. Lo empuja, en cambio, al desierto. Leer Más
Si a ti o a mí nos hubiera tocado elegir al primer Papa, seguramente no hubiéramos elegido a Simón, el hijo de Jonás, pescador de Betsaida. ¿Cómo se le ocurrió a Jesús edificar su Iglesia sobre un hombre de poca fe (Mateo 14, 29-31), bravucón (Mateo 26, 34-35), cobarde (Mateo 26, 69-75) y con instinto asesino (Juan 18, 10)? ¿En qué estaría pensando?