El triunfo de la vida

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Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

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«Traje de amadores»

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El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado… Apenas se lo permite la Ley, aquellas mujeres van al sepulcro de Jesús, impulsadas por el profundo amor que tenían a su Maestro. Se sienten desamparadas. Su Amigo les ha sido arrebatado en un abrir y cerrar de ojos.

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Corazón de pastor

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Después de predicar en las aldeas a las que Jesús los había enviado, los apóstoles volvieron a reunirse con Él. Uno tras otro, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado. El Maestro los escuchaba complacido, con una sonrisa, que de vez en cuando desaparecía cuando le hablaban de algún enfermo o endemoniado con que se habían encontrado.

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La semilla de la Palabra

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Jesús dijo a la multitud la siguiente parábola: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

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La vid y los sarmientos

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Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Sin que pudieran evitarlo, una pregunta resonó en los corazones de los discípulos: «Y yo, a los ojos de Jesús, ¿qué tipo de sarmiento soy?».

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El Buen Pastor

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Jesús les dijo a los fariseos: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; en cambio, el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas».

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El templo verdadero

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Se acerca la Pascua de los judíos y Jesús sube a Jerusalén. Cuando entra en el Templo, el ruido le resulta insoportable: de un lado, los gritos de los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; del otro, el tintineo de las monedas de los cambistas. A Jesús le hierve la sangre. Hace un azote de cordeles, y arrea a ovejas y bueyes; a los cambistas les esparce las monedas y les vuelca las mesas; y a los que venden palomas les dice: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

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