Gracias

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En un mundo donde, por motivos de eficacia, se ha extendido el auto-servicio (self-service) o el «hágalo usted mismo» (do it yourself), corremos el riesgo de pensar que no tenemos nada que agradecer: ¿a quién deberíamos darle gracias si uno mismo ha conseguido, por cuenta propia, lo que necesitaba o lo que quería?

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Mi gloria es el amor

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Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará…». Si algo movió a Jesús a lo largo de su vida terrena, eso fue buscar la gloria de su Padre. Al mismo tiempo, Dios Padre siempre tuvo y siempre ha tenido la firme voluntad de glorificar a Jesús. Nos sumergimos en el misterio de la mutua glorificación entre el Padre y el Hijo.

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¡Jesucristo!

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En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. ¡Qué asombroso es el misterio de Dios! Él es Uno y Único y, a la vez, tres Personas. Él, feliz en sí mismo y sin faltarle nada, ha querido crear el universo, para hacer partícipes a las criaturas de su gloria y bienaventuranza.

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Santo celo

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Juan, el discípulo amado, llega a la presencia de Jesús ufanándose de la buena acción —piensa él— que ha realizado: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». ¡Qué gran celo el de Juan! ¿Quién se atreverá a echarle en cara su deseo de que nadie usurpe el nombre de Jesús?

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Gracias

Saltar agradecido

Los diez leprosos se encontraban a las afueras de Engannim, una población situada en la frontera entre Samaría y Galilea. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. Lo normal hubiera sido que este último no estuviera con los otros nueve: tanta era la antipatía que existía entre judíos y samaritanos. Sin embargo, la experiencia común de la enfermedad y de la exclusión los unía y podía más que cualquier resentimiento de raza. Leer Más

Las estrellas de nuestro cielo

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Aquella noche los tres hermanos se encontraban tumbados en el suelo, contemplando las estrellas. Hacía frío, pero lo combatían con una hoguera relumbrante y con sus gruesos ropajes. Los tres eran reyes y cada uno refería a los otros las grandezas de su reino. De un momento a otro, a los sonidos nocturnos se unió el ronquido de dos de los hermanos. El menor, Baltasar, se quedó despierto: le encantaba observar el cielo estrellado. Leer Más