Apocalipsis: ahora

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Los discípulos escuchaban con cierto sobrecogimiento las palabras de Jesús: «En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán…». El tono apocalíptico del discurso les indicaba a los discípulos cuál era la intención del Señor: hablarles sobre la renovación del mundo presente, sobre la revelación definitiva de Dios Salvador.

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Camino de sencillez

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El gentío, alrededor de Jesús, escuchaba atentamente su instrucción. Él les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».

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La luz de la fe

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Bartimeo se había acostumbrado a vivir en un mundo en tinieblas. No solo porque era ciego, sino porque desde hacía muchísimo tiempo llevaba una vida infeliz. La mendicidad representaba para él la única opción de supervivencia; y, a veces, ni siquiera eso: había días en que la gente que entraba o salía de Jericó apenas dejaba unas pocas monedillas a los mendigos que se situaban a las puertas de la ciudad.

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Una esperanza bien fundada

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Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir»… Los dos apóstoles le hablan a Jesús con toda franqueza. Hay algo que desean y piensan que el Señor se lo puede otorgar, así que se lo expresan sin disimulo. Él les pregunta: «¿Qué queréis que haga por vosotros?».

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Una herencia valiosa

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Él era un hombre joven, rico y bueno. Cualquiera diría que tenía todo lo necesario para ser feliz; él, sin embargo, notaba que le faltaba algo, pero no sabía que era… hasta que oyó hablar a Jesús. Percibió que aquel Maestro le podría enseñar a conseguir la plenitud que su alma ansiaba. En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

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Santa y tierna intransigencia

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Mientras que algunas personas se acercaban a Jesús con una fe sencilla y humilde, no faltaban quienes lo hacían entre intrigas y suspicacias. Acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Algo les haría sospechar que el Maestro de Nazaret les respondería que no; así lo podrían acusar de ir en contra de lo establecido en la Ley de Moisés.

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Servidor de todos

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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos... Jesús, siempre dispuesto a acoger a quien lo necesitara, procura pasar desapercibido en esta ocasión. No huye de la multitud ni por egoísmo ni por comodidad, sino porque la labor que le ocupa es de suma importancia y requiere toda su atención: la formación de sus discípulos.

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La Cruz, gloria nuestra

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Por las tierras de Galilea y de Judea, el nombre de Jesús de Nazaret pasaba de boca en boca. Las gentes comentaban las enseñanzas y los prodigios del nuevo maestro, del que, sin embargo, apenas sabían algo con certeza. Por eso, algunos se aventuraban a afirmar que se trataba de Juan el Bautista, que habría resucitado después de que Herodes lo hubiera mandado a decapitar; otros, en cambio, decían que era el profeta Elías, que tenía que volver antes del Mesías; otros, por su parte, sostenían que era otro de los profetas.

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Effetá

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Se encontraba Jesús en los límites de Galilea cuando le presentaron un hombre sordo, que, además, apenas podía hablar. Quienes acompañaban al enfermo le pidieron al Señor que le impusiera la mano para curarlo, como había hecho ya con tantos otros.

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