Palabras de espíritu y vida

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Judas, inquieto, contemplaba a Jesús. ¿Acaso el Maestro no se daba cuenta de que sus palabras resultaban difíciles de aceptar para la multitud? ¿A qué venía esa insistencia en decir que debían comer la carne y beber la sangre del Hijo del hombre para tener vida? Si seguía con ese discurso, ¡perderían a los nuevos discípulos!

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Horizonte de vida

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Jesús oía el murmullo de la multitud que lo rodeaba. Desde que había afirmado que Él era el pan bajado del cielo, varios de los que lo escuchaban comenzaron a hacer gestos de desaprobación. Comentaban entre sí: «¿Cómo puede decir este que ha bajado del cielo? ¿Acaso no es el hijo de José? Conocemos a su padre y a su madre».

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Alimento de vida eterna

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Los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Jesús no respondió al instante. Sabía que se trataba de la última cena que compartiría con sus discípulos. Ellos, en cambio, ni se imaginaban el contraste entre la tranquilidad de Betania —aldea en la que se encontraban en aquel momento— y los acontecimientos turbulentos que vivirían al día siguiente en Jerusalén.

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Corazón ardiente

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Cleofás y el otro discípulo llegan a Jerusalén con la noche ya muy avanzada. Van adonde saben que están los apóstoles y, para su sorpresa, los encuentran despiertos. El que les abre la puerta les dice con efusión: «¡Es verdad lo que decían las mujeres! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!».

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El misterio de nuestra fe

Cuánto más debería admirarnos el misterio de un Dios eterno, soberano y trascendente, que se acerca a nosotros para adentrarnos en su vida de conocimiento y amor. Él no es ni una energía impersonal ni una fuerza anónima del universo. El omnipotente y eterno, que ha creado todo lo que existe, se ha hecho inefablemente cercano. Esto es lo insondable de la Eucaristía.
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¡Eres tú!

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Cleofás y su amigo caminaban en dirección a Emaús. Andaban a paso lento, casi arrastrando los pies. Todavía les parecía un sueño, o más bien una pesadilla, lo que había pasado en Jerusalén. Habían crucificado a Jesús de Nazaret y así se había esfumado su esperanza. Cleofás, su amigo y muchos más pensaban que Jesús liberaría a Israel de la opresión política y de la hipocresía religiosa. Leer Más

Podemos

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La madre de Juan sollozaba. «Juan, hijo mío, mira lo que le han hecho al Maestro. ¿Podremos soportar este dolor?… Él acaba de suplicar al Padre que perdone a sus verdugos, pero, ¿podremos nosotros perdonarlos?». Leer Más