Los frutos del Espíritu

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Cuando Dios creó al hombre, le insufló un aliento de vida (Génesis 2, 7); pero, consecuencia del pecado, la muerte entró en el mundo (Romanos 5, 12). Sin embargo, Dios perdonó al hombre y Pentecostés es signo de ello. El envío del Espíritu Santo significa que Dios sigue apostando por la vida: «Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Juan 20, 22). Nuevamente, Dios ha insuflado en los hombres el aliento de vida.

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La gran Promesa

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Quizá alguna vez nos hayamos preguntado por qué Jesús, después de resucitar, no se quedó en la tierra; al fin y al cabo, había vencido a la muerte. Su sola presencia habría sido la prueba definitiva para convencer a la humanidad de la verdad del cristianismo.

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Testigos

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Justo antes de subir al cielo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto…».

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Amigos

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Durante la última cena, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió…».

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El arma secreta

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Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Jesús se adentra en el desierto. Va lleno del Espíritu Santo y guiado por el Espíritu Santo. Las batallas contra el diablo no se pueden ganar sin el Espíritu Santo.

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Expectativas

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Cuando intuimos que alguien o algo puede responder a nuestros más profundos anhelos, nuestros corazones se disponen a rendirle una firme adhesión. Algo así le pasó a muchos judíos con Juan el Bautista, al descubrir en su persona una paz y un gozo que jamás habían experimentado. En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías

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El templo verdadero

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Se acerca la Pascua de los judíos y Jesús sube a Jerusalén. Cuando entra en el Templo, el ruido le resulta insoportable: de un lado, los gritos de los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; del otro, el tintineo de las monedas de los cambistas. A Jesús le hierve la sangre. Hace un azote de cordeles, y arrea a ovejas y bueyes; a los cambistas les esparce las monedas y les vuelca las mesas; y a los que venden palomas les dice: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

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