Destino final

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«Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas» (Salmo 46, 6). Celebramos llenos de alegría la solemnidad de la Ascensión. Sí, llenos de alegría. Pero, ¿no nos debería dar tristeza que Jesús se vaya y ya no podamos contar con su presencia física en medio de nosotros?

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Esperanza

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Suele suceder que imaginamos los últimos tiempos con tintes catastróficos. Las mismas palabras de Jesús dan pie para ello: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo

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Lucha

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«Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza» (2 Timoteo 1, 7). Esta frase de San Pablo va en la misma sintonía que aquella que dijo Jesús a sus discípulos en la Última Cena: «En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: Yo he vencido al mundo» (Juan 16, 33).

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Testigos

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Justo antes de subir al cielo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto…».

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Con el corazón en el Cielo

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Aunque muchas personas seguían a Jesús, no todas lo hacían del mismo modo. En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. El Evangelio distingue tres grupos: «los Doce», «un grupo grande de discípulos» y «una gran muchedumbre del pueblo». ¿Qué diferencias había entre ellos?

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Expectativas

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Cuando intuimos que alguien o algo puede responder a nuestros más profundos anhelos, nuestros corazones se disponen a rendirle una firme adhesión. Algo así le pasó a muchos judíos con Juan el Bautista, al descubrir en su persona una paz y un gozo que jamás habían experimentado. En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías

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Se acerca nuestra liberación

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Los discípulos que conocían la Escritura sabían de la promesa que el Señor había hecho por medio de los profetas: «En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos» (Jeremías 33, 15-16). El pueblo de Israel esperaba el cumplimiento de la promesa de Dios: deseaba tiempos de justicia y derecho, de salvación y tranquilidad.

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Esperanza

El anciano Simeón vio a la joven pareja entrar en el Templo de Jerusalén. El hombre llevaba una jaula con un par de tortolitas; la mujer cargaba en sus brazos a un pequeñín de cuarenta días de nacido. «Debe ser su primogénito —pensó Simeón— y lo vendrán a…». Una voz interior interrumpió los pensamientos del anciano: «El niño. Es Él, el Cristo del Señor». Leer Más

Una despedida feliz

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Todas las despedidas tienen cierto tono de tristeza. Ya no se verá por un tiempo —breve, largo, o quizá más nunca— a la otra persona. Al despedirse, en el alma aparece la nostalgia y en los ojos, tal vez, las lágrimas… A menos de que uno no quiera a quien se va o de que a uno le convenga su partida, como aquel hombre que envío a su suegra a la casa de sus padres con el siguiente mensaje: «Espero que la reciban con la misma alegría con que yo la mando».

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