Amigos

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Durante la última cena, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió…».

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Pescador de hombres

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La gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Con qué ímpetu se acercaban aquellas gentes para escuchar las enseñanzas del Maestro. Vencían el hambre, el cansancio y lo que hiciera falta para ir detrás de Jesús. Podían tener muchos defectos y miserias, pero había un pecado con el que no pensaban pactar: la pereza.

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De la admiración a la ira

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Después que Jesús dijera en la sinagoga de Nazaret «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír», todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Para los nazarenos, resultaba realmente sorprendente que el que hasta ahora habían conocido como carpintero, pudiera hablar con semejante autoridad. Y se preguntaban: «¿No es este el hijo de José?».

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Asombrosa sencillez

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Los Evangelios nos dan poquísimos datos sobre la vida ordinaria de Jesús. ¡Con qué normalidad transcurriría buena parte de la vida del Señor, junto con José y María! Precisamente, en el contexto de un acontecimiento tan familiar y a la vez tan festivo, como lo es una boda, tuvo lugar el primer milagro del Mesías.

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Alimento de vida eterna

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Los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Jesús no respondió al instante. Sabía que se trataba de la última cena que compartiría con sus discípulos. Ellos, en cambio, ni se imaginaban el contraste entre la tranquilidad de Betania —aldea en la que se encontraban en aquel momento— y los acontecimientos turbulentos que vivirían al día siguiente en Jerusalén.

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¿Por qué hablas en parábolas?

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Desde la barca, Jesús se dirigía a la multitud que lo escuchaba a orillas del Mar de Galilea. El Maestro observaba con atención el rostro de los oyentes. Una mujer, con los ojos bien abiertos, asentía a cada una de sus frases, mientras que, al lado, su marido bostezaba sin disimulo. Una chica, irritada, tenía el ceño fruncido; su hermana, en cambio, miraba perdida hacia el horizonte. Un joven enamoradizo no quitaba la vista de las dos hermanas; un amigo suyo atendía concentrado el discurso del Señor.   

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El divino Cordero

Aquel grito le salió a Juan de lo más profundo del alma. Daba la impresión de que lo había contenido por mucho tiempo, pero que, llegada la hora, cuando Jesús vino adonde él, no había podido aguantar más, como represa vencida por el agua: «¡Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!». Leer Más