Obediencia gloriosa

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De acuerdo con el Evangelio según San Mateo, el último día de su vida, Jesús pasó la mayor parte del tiempo en silencio. Tan solo pronunció dos frases. La primera cuando responde a Pilato que le pregunta si Él es el rey de los judíos: «Tú lo has dicho», le dice el Señor (Mateo 27, 11). La segunda, estando en la Cruz, cuando reza con las palabras de un salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27, 46; Salmo 21, 2).

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Servidor de todos

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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos... Jesús, siempre dispuesto a acoger a quien lo necesitara, procura pasar desapercibido en esta ocasión. No huye de la multitud ni por egoísmo ni por comodidad, sino porque la labor que le ocupa es de suma importancia y requiere toda su atención: la formación de sus discípulos.

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La Cruz, gloria nuestra

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Por las tierras de Galilea y de Judea, el nombre de Jesús de Nazaret pasaba de boca en boca. Las gentes comentaban las enseñanzas y los prodigios del nuevo maestro, del que, sin embargo, apenas sabían algo con certeza. Por eso, algunos se aventuraban a afirmar que se trataba de Juan el Bautista, que habría resucitado después de que Herodes lo hubiera mandado a decapitar; otros, en cambio, decían que era el profeta Elías, que tenía que volver antes del Mesías; otros, por su parte, sostenían que era otro de los profetas.

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Entrando en el corazón de Dios

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Por las palabras de san Pablo (Rm 13, 8-10) y del Señor (Mt 22, 40) sabemos que el resumen de la Ley de Dios se encuentra en el doble mandamiento de la caridad: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Esta es la cumbre de la vida según el Evangelio y el camino de la Bienaventuranza. Pero tal meta, vivida en perfección, supera las fuerzas del hombre; sólo es posible de alcanzar como fruto de un don de Dios, quien nunca cesa de sanar, curar y transformar el corazón por medio de la gracia.

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El único rey

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A Jesús le costaba respirar. La sangre recorría todo su cuerpo. El dolor que sentía en sus manos y pies era insoportable. Algunos jefes del pueblo, para aumentar su humillación, se burlaban de él: «Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es verdad que es el Mesías, el elegido». Leer Más