Buen ánimo

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Una de las invitaciones más repetidas por Jesús a sus discípulos es la de estar en vela: «Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame».

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Pobreza de espíritu

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Dos hermanos disputan por una herencia. Uno de ellos le pide a Jesús que intervenga en el asunto: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Jesús, sin embargo, se rehusa a hacerlo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». El Maestro, más bien, aprovecha para enseñar sobre la pobreza espiritual: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».

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Misión

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En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies…».

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En las manos del Padre

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Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda... Vemos a Jesús, el Hijo de Dios, crucificado entre malechores, como si fuera un malechor más… ¡Con qué fuerza lo expresa San Pablo!: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Filipenses 2, 6-8).

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De la admiración a la ira

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Después que Jesús dijera en la sinagoga de Nazaret «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír», todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Para los nazarenos, resultaba realmente sorprendente que el que hasta ahora habían conocido como carpintero, pudiera hablar con semejante autoridad. Y se preguntaban: «¿No es este el hijo de José?».

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Horizonte de vida

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Jesús oía el murmullo de la multitud que lo rodeaba. Desde que había afirmado que Él era el pan bajado del cielo, varios de los que lo escuchaban comenzaron a hacer gestos de desaprobación. Comentaban entre sí: «¿Cómo puede decir este que ha bajado del cielo? ¿Acaso no es el hijo de José? Conocemos a su padre y a su madre».

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¿Te rendirás?

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El hombre llegó agitado adonde Jesús y sus discípulos. Estaba desesperado. Su hermana pequeña llevaba un mes enferma, postrada en un lecho de paja, y nada auguraba una mejoría. Todo lo contrario… Por eso, cuando escuchó que el famoso Rabí Jesús de Nazaret, hacedor de milagros, estaba en su aldea, salió corriendo a su encuentro. Leer Más

Siervos inútiles

Siervos inútiles

Los apóstoles habían escuchado muchas veces cómo Jesús alababa la fe de algunas personas: la del centurión —«Os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande» (Mateo 8, 10)—; la de la hemorroísa —«Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado» (Mateo 9, 22)—; la de la mujer cananea: «¡Mujer, qué grande es tu fe!» (Mateo 15, 28). Tantas personas creían plenamente en su Maestro, pero ellos, los apóstoles, los más cercanos, notaban que todavía les faltaba confianza. Leer Más