A través de la conocida como parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, Jesús nos ofrece una enseñanza fundamental: no podemos dar la espalda a las necesidades de nuestro prójimo.
Necesitados

A través de la conocida como parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, Jesús nos ofrece una enseñanza fundamental: no podemos dar la espalda a las necesidades de nuestro prójimo.
«No podéis servir a Dios y al dinero» (Lucas 16, 13). Así de claro es Jesucristo. Quien ha decidido servir a Dios no se puede inclinar ante el «dios dinero». El afán desmedido por las riquezas —y por el bienestar material, en general— es una idolatría.
«Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores…» (1 Timoteo 1, 15). ¡Con qué seguridad le indica San Pablo a Timoteo cuál fue la misión de Jesucristo! No es un invento de San Pablo; el Señor lo afirma explícitamente: «No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar el mundo» (Juan 12, 47).
Uno de los títulos con que los cristianos nos referimos a Jesucristo es el de «Maestro». Ya desde las páginas del Evangelio encontramos a personas que lo llamaban así: «Rabbí, Maestro mío». No era algo extraño; en Israel había varios «maestros», cuyos seguidores recibían un nombre no menos familiar para nosotros: discípulos.
Un sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer. Al ver que los otros invitados se apresuraban para escoger los primeros puestos, decidió contarles una parábola.
El mensaje del Evangelio es para todos. Jesús no envía a los apóstoles a un grupo selecto de personas, sino que los manda evangelizar el mundo entero: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio» (Marcos 16, 15). En efecto, Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2, 4).
El seguimiento de Jesucristo exige una lucha constante. Creer en Dios no exime de las dificultades y contrariedades de la vida: ya sean materiales, ya sean espirituales. Jesús nunca prometió a sus discípulos una vida fácil.
Una de las invitaciones más repetidas por Jesús a sus discípulos es la de estar en vela: «Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame».
Dos hermanos disputan por una herencia. Uno de ellos le pide a Jesús que intervenga en el asunto: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Jesús, sin embargo, se rehusa a hacerlo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». El Maestro, más bien, aprovecha para enseñar sobre la pobreza espiritual: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Como aquel discípulo, hoy también nosotros le pedimos al Señor que nos enseñe a orar.