«Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas» (Salmo 46, 6). Celebramos llenos de alegría la solemnidad de la Ascensión. Sí, llenos de alegría. Pero, ¿no nos debería dar tristeza que Jesús se vaya y ya no podamos contar con su presencia física en medio de nosotros?

La Ascensión, Benjamin West, 1801 (Denver Art Museum)

Ciertamente, Jesús se va, pero no para dejarnos “atrás”. El Señor subió al cielo, como Él mismo lo dice, a prepararnos un lugar (cf. Juan 14, 2). Nuestro gran deseo, por eso, no es que Cristo se quede en la tierra; por el contrario, nuestro gran deseo es reencontrarnos con Él en el Cielo, allí donde la vida y la alegría son permanentes. De ahí que la Iglesia rece: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo» (Misal Romano, Oración colecta en la Misa de la Ascensión del Señor).  

Jesús subió a los cielos para mostrarnos dónde está realmente nuestro destino definitivo. Eso es lo que quiere decir San Pablo a los Efesios cuando les escribe: «El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo» (Efesios 1, 17-20).  

Ahora bien, saber que nuestro destino final es el Cielo no significa que debamos quedarnos de brazos cruzados mientras vivimos en la tierra, viendo el cielo como se quedaron los apóstoles: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hechos 1, 11).

Jesús, antes de subir al Cielo, nos dejó una gran misión, para disponer a todos al encuentro definitivo con Él: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mateo 28, 19-20). Se trata de un triple mandato junto con una promesa, cuya estructura coincide, a grandes rasgos, con la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica:

  1. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos… Jesús nos pide enseñar a todos los pueblos las verdades que Él, como Maestro, nos ha revelado y que están contenidas, en síntesis, en la Profesión de fe (Primera parte del Catecismo).
  2. … bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… Jesús quiere que todos, a través de signos sensibles y eficaces (los sacramentos), entren en contacto con la Santísima Trinidad: esto es, la Liturgia cristiana (segunda parte del Catecismo).
  3. … enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Las enseñanzas del Maestro no solo son para conocerlas, sino sobre todo para vivirlas. La fe implica un estilo de vida, de acuerdo con los mandamientos y las bienaventuranzas: la moral cristiana (tercera parte del Catecismo).
  4. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. La promesa de Jesús, que se hace plenamente real a través de la oración (cuarta parte del Catecismo).

Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido hoy ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino

Misal Romano, Prefacio I de la Ascensión del Señor

LECTURAS DEl domingo de la ascensión del señor

Leer

Primera lecturaHechos de los apóstoles 1,1-11
SalmoSalmo 47 (46)
Segunda lecturaEfesios 1, 17-23
EvangelioMateo 28, 16-20

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Vivo con una «esperanza ardiente» de ir al Cielo?

2. ¿Vivo con plenitud la misión que el Señor me encomendó antes de subir al Cielo?

3. ¿Permanezco unido con Jesús a través de la oración?

Un comentario en “Destino final

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