Quizá alguna vez nos hayamos preguntado por qué Jesús, después de resucitar, no se quedó en la tierra; al fin y al cabo, había vencido a la muerte. Su sola presencia habría sido la prueba definitiva para convencer a la humanidad de la verdad del cristianismo.

Sin embargo, no fue así. Pero no por eso se puede decir que Jesús nos abandonó. Antes de partir, el Señor hizo una gran promesa a sus discípulos: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad…» (Juan 14, 16-17). El Espíritu Santo es la gran promesa de Jesús. Por medio de Él, nos garantizó su compañía perpetua, consuelo y defensa en la dificultad, y la verdad de nuestra fe.
Dentro de dos semanas, celebraremos Pentecostés. La gran promesa de Jesús sigue vigente: Él no cesa de enviar su Espíritu Santo. Conviene, pues, que nos preparemos para recibir este gran Don de la mejor manera posible.
En primer lugar, fomentando nuestra conciencia de su presencia en nosotros. Desde nuestro Bautismo, y de una manera particular desde la Confirmación, el Espíritu Santo habita en el alma del cristiano, acompañándolo en todo momento. En los Hechos de los apóstoles, leemos como los apóstoles oraban para que las personas «recibieran el Espíritu Santo» y «les imponían las manos» con ese fin (cf. Hechos 8, 15. 17). El Espíritu Santo solo se ausenta si lo expulsamos cuando cometemos un pecado mortal.
Por otra parte, también preparamos la venida del Espíritu Santo invocándolo en los momentos de adversidad. Él, en efecto, es el Paráclito, palabra que proviene del griego y que puede traducirse por “Consolador” y “Defensor”. El cristiano no está exento de encontrarse en situaciones de tristeza y angustia; por eso, debe saber que cuenta siempre con el apoyo del Espíritu Santo: acudir a otras “fuentes de tranquilidad” sería una insensatez.
Por último, nos disponemos para recibir al Espíritu Santo cuando le pedimos a Él mismo que nos ilumine. Él es el «Espíritu de la verdad», aquel que nos guía hasta la verdad completa. En los momentos de oscuridad, cuando parece que nuestro discernimiento es incapaz de hallar una solución, la luz del Espíritu Santo brilla para indicarnos cuál es el camino. Sin embargo, hace falta estar dispuesto a ser plenamente sinceros: si la ventana está opaca por la suciedad, por más que brille la luz, esta no podrá entrar para iluminar la habitación.
Jesús no se quedó en la tierra, pero sí nos dejó la asistencia permanente del Espíritu Santo. Que no sea para nosotros un “desconocido”; todo lo contrario, que lo tratemos familiar y frecuentemente, para que su presencia nos llene de fortaleza e inteligencia.
El Espíritu Santo continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea —siempre y en todo— signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios. Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara.
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 128
Ven, Espíritu Santo, ven por la poderosa intercesión de la Inmaculada Virgen María, tu amadísima Esposa.
LECTURAS DEL VI DOMINGO DE PASCUA
Primera lectura | Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17 |
Salmo | Salmo 66 (65) |
Segunda lectura | 1 Pedro 3, 15-18 |
Evangelio | Juan 14, 15-21 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Soy consciente de las implicaciones de haber recibido el Bautismo y la Confirmación?
2. ¿Acudo al Espíritu Santo en los momentos de tristeza y sufrimiento?
3. ¿Invoco al Espíritu Santo para que me ilumine en mis discernimientos?
Gracias Dios por qué tú siempre piensas en nuestro bien. Nos hiciste una promesa y la cumpliste. Nos dejaste El Santo Espíritu gracias,gracias,gracias…
Me gustaMe gusta