«Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”…» (Juan 14, 6). Conviene continuamente recordar que ser cristiano no se reduce ni a una “decisión ética” ni a una “gran idea”, sino que consiste, sobre todo, en el encuentro “con una Persona”, con la persona de Jesucristo (cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1). Sin una relación personal con Jesús, la religión cristiana degenera en un código moral o en una ideología.

El Salvador, El Greco y taller, 1608-1614 (Museo del Prado)

Jesucristo es el camino. «Nadie va al Padre sino por mí» (Juan 14, 6). No somos nosotros los que inventamos o construimos el camino para ir al Cielo: el camino es Jesús. Aun cuando fuéramos muy inteligentes o cultos, o muy virtuosos y buenos, sin Jesús no podríamos alcanzar a Dios. La vida cristiana, por tanto, no puede limitarse a “saber más” (formación) o a “comportarse mejor” (disciplina): eso debe ser consecuencia, más bien, de un encuentro vivo con Jesucristo, que impulsa el deseo de querer conocerlo y amarlo más y mejor.

Jesucristo es la verdad. «Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre (…). El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14, 7 y 9). ¿Conocemos realmente a Jesús? ¿Será que nos pasa como Felipe, que llevaba tanto tiempo con Jesús, pero que no lo conocía del todo? Jesús no fue solamente un maestro que enseñó una doctrina, sino que Él mismo es la Verdad. No se trata, por tanto, de memorizar un conjunto de enseñanzas, sino de estar continuamente a la escucha del Señor, dejándose iluminar por Él.

Jesucristo es la vida. «El que cree en mí también él hará las obras que yo hago, y aun mayores» (Juan 14, 12). ¿Vivo por Jesús, con Jesús y en Jesús? El cristiano no se limita a imitar la conducta de Jesucristo, aun cuando eso ya parece admirable. El cristiano, más bien, se ofrece a sí mismo para que la vida de Jesús obre en él, de tal modo que sus pensamientos, sentimientos, palabras y obras dejan traslucir al mismo Jesucristo. La gran pregunta es: la vida que yo llevo, las obras que yo hago, ¿las haría Jesús? Si no, entonces yo estoy siendo solo un cristiano de nombre.

«Sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa» (1 Pedro 2, 9). Con qué belleza expresa San Pedro la grandeza de nuestra vocación: ser cristiano es una dignidad, un honor, un don inmenso.

LECTURAS DEL IV DOMINGO DE PASCUA

Leer

Primera lecturaHechos de los apóstoles 6, 1-7
SalmoSalmo 33 (32)
Segunda lectura1 Pedro 2, 4-9
EvangelioJuan 14, 1-12

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