«Ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ¡Ha resucitado!» (Mateo 28, 5-6). Estas palabras del ángel a las mujeres que fueron a visitar el sepulcro de Jesús son el gran mensaje de la Pascua: Jesucristo, el crucificado, ¡ha resucitado! La muerte ha sido vencida por Cristo. Y esta victoria de nuestro Señor manifiesta algo mejor aún: Jesús nos ha salvado del pecado, nos ha redimido.

Por eso, cantamos con júbilo: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Salmo 117, 24). Debemos dar gracias a Dios que nos ha perdonado: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Salmo 117, 1). Proclamamos la fuerza de nuestro Dios, que ha destruido la muerte: «“La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa”. No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor» (Salmo 117, 16-17). ¡Es el gran milagro! Lo que parecía perdido ha sido encontrado: la historia de la humanidad puede tener un final feliz: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente» (Salmo 117, 22-23).
«Lo más importante de este día es que él destruyó el dolor de la muerte y dio a luz el primogénito de entre los muertos […]. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y hermosura! El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza».
San Gregorio de Nisa, Sermón sobre la resurrección del Señor, 1
Desde el principio, la Iglesia anunció con valentía y alegría la resurrección de Jesús, sin la cual toda predicación y toda fe sería vana (cf. 1 Corintios 15, 14). Esto es lo que dice el Apóstol Pedro en cada del centurión Cornelio: «Nosotros somos testigos de todo lo que [Jesús] hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos» (Hechos 10, 39-41). Ese es el núcleo del mensaje de la Iglesia: todo nace de allí, de la resurrección de Jesucristo y del encuentro con Él resucitado.
«La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz».
Catecismo de la Iglesia Católica, 638
Dios nos invita a participar de la resurrección de Jesús, y eso supone un gran compromiso para nosotros: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Colosenses 3, 1-2). La fe en la resurrección implica un cambio de prioridades: no vivimos para una vida mundana, sino para la eterna. ¡Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios! (cf. Colosenses 3, 3). Nuestro gran deseo es el Cielo. Aleluya.
«Oh Dios, que en este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad por medio de tu Unigénito, concede, a quienes celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, que, renovados por tu Espíritu, resucitemos a la luz de la vida».
Oración colecta, Domingo de Pascua
LECTURAS DEL DOMINGO DE Pascua de la resurrección del Señor
Primera lectura | Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43 |
Salmo | Salmo 118 (117) |
Segunda lectura | Colosenses 3, 1-4 |
Evangelio | Mateo 28, 1-10 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿He tenido un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado?
2. ¿Vivo con alegría?
3. ¿Busco los bienes de arriba, como dice San Pablo, o mis aspiraciones son mundanas?
Señor Jesús resucita en mi vida. Pongo a mi familia en tus manos.
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