Los últimos domingos de la Cuaresma nos recuerdan las implicaciones de estar bautizado. En el tercer domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la samaritana, se nos señaló que Cristo es el agua viva que nos purifica y sacia nuestra sed más profunda. En el cuarto domingo, con el Evangelio del ciego de nacimiento, se nos indicó que, por el bautismo, somos iluminados por la Luz de Cristo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, con el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, se nos invita a caer en la cuenta de que, gracias al bautismo, morimos al pecado y resucitamos a una Vida nueva (cf. Romanos 6, 4-11).

Resurrección de Lázaro, Juan de Flandes, 1514-1519 (Museo del Prado)

«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10). Estas palabras de Jesucristo manifiestan el designio de Dios para el ser humano: no hemos sido creados para la muerte; el Señor no pensó el sepulcro como destino definitivo para el hombre. «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis» (Ezequiel 37, 12-14).

Dios creó el ser humano para la vida, para la vida eterna. Ahora bien, este querer de Dios se vio aparentemente frustrado por el pecado: por él entró la muerte en el mundo (cf. Romanos 5, 12). No obstante, por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección —el Misterio Pascual—, Jesucristo venció el pecado y con él, a la muerte. «La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15, 54-57).

Los bautizados participan de esa victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Por su fe en Cristo, quien ha recibido el bautismo posee una vida nueva que nadie le puede arrebatar: «Yo soy la Resurrección y la Vida —dice el Señor—: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Juan 11, 25-26).  

Esta vida nueva y eterna de los bautizados se refleja en dos aspectos. En primer lugar, que han muerto al pecado y viven solo para la santidad: «Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia» (Romanos 8, 10). El Bautismo implica, así pues, vivir la vida del mismo Cristo. Más aún, Jesucristo es la misma vida del bautizado: «Para mí vivir es Cristo» (Filipenses 1, 21); «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2, 20).  

En segundo lugar, el bautizado sabe que la muerte no tiene la última palabra: ciertamente, supone el término de la vida presente —de la vida biológica—, pero no tiene poder sobre la vida eterna que se recibe gracias al bautismo. Quien es bautizado goza de la esperanza de ser resucitado como Cristo resucitó: «Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros» (Romanos 8, 11). Por tanto, el horizonte existencial y vital del cristiano traspasa la muerte:

En Cristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo

Misal Romano, Prefacio I de difuntos

Cristo «nos conduce a la vida nueva por medio de los santos sacramentos» (Misal Romano, Prefacio La Resurrección de Lázaro, V Domingo de Cuaresma). La vida espiritual del cristiano se fundamenta y se nutre de los sacramentos: de ahí que no se entienda una vida plenamente cristiana sin las celebraciones sacramentales. A través de ellas, seguimos experimentando la acción de Jesucristo, el triunfo de la vida.

LECTURAS DEL V DOMINGO DE CUARESMA

Leer

Primera lecturaEzequiel 37, 12-14
SalmoSalmo 130 (129)
Segunda lecturaRomanos 8, 8-11
Evangelio Juan 11, 1-45

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Tengo una mentalidad pro-vida? ¿Contribuyo de alguna manera a la «cultura de la muerte»?

2. ¿Creo firmemente en la resurrección?

3. ¿Reflejo con mis pensamientos, sentimientos, palabras y obras que he muerto al pecado y que vivo para Dios?

2 comentarios en “El triunfo de la vida

  1. Señor Jesús, ayúdame a nunca perder la esperanza de ser resucitada por ti, así como resucitaste a Lázaro de la muerte. Mira mi fragilidad e impureza de corazón ♥, te pido Señor que me saques del sepulcro del pecado y me des nueva vida en ti. Amén

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