Al cruzarse con el ciego de nacimiento, Jesús afirma: «Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo» (Juan 9, 4-5). Dicho esto, «escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)”. Él fue, se lavó y volvió con vista» (Juan 9, 6-7).

Llama la atención la manera cómo Jesús cura al ciego de nacimiento: lo primero que hace es untarle los ojos de barro. ¿No estaba con eso quizá empeorando su situación? En apariencia, sí. Pero lo cierto es que las acciones de Dios siempre van más allá de lo que parecen y por eso conviene ser iluminados por la luz de Jesucristo —Él es la luz (cf. Juan 9, 5)—, para ver la verdadera esencia de las cosas.
Por una parte, podríamos leer el gesto de Jesús a la luz de la creación del hombre: Dios lo formó del barro de la tierra (cf. Génesis 2, 7); de este modo, Jesús significaría con este gesto que hará del ciego una criatura nueva. Por otra parte, al ensuciar con barro los ojos del ciego, puede que Jesús esté intencionalmente manifestando que no es precisamente la vista corporal la que quiere restaurar en el ciego: Él quiere darle una visión más importante de la realidad, una mirada que se dirija a lo esencial, una mirada como la de Dios mismo. En efecto, «no se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón» (1 Samuel 16, 7).
Los últimos tres domingos de Cuaresma antes del Domingo de Ramos la Iglesia nos invita a considerar nuestra identidad bautismal. ¿Quién es el bautizado? Aquel que, como el ciego de nacimiento, ha sido iluminado por Jesucristo, luz del mundo. Los primeros cristianos llamaban al bautismo photismós, «iluminación». El bautizado ha recibido una luz que le permite ver el mundo con nuevos ojos; así como el ciego que fue curado, que «se lavó —clara referencia bautismal— y volvió con vista» (Juan 9, 7). El bautizado recibe la mirada de Dios: ya no se queda en las apariencias, sino que sabe mirar lo esencial, el corazón.
«Antes eráis tinieblas, pero ahora sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz. Buscad lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas» (Efesios 5, 8-11). Este es el programa de vida para un bautizado: vivir como hijo de la luz. En cambio, todo pecado, toda forma de aparentar lo que uno no es, es tiniebla y ceguera voluntaria.
El bautizado reaviva la luz de Cristo cada vez que comulga su Cuerpo. La Iglesia suplica, en este cuarto domingo de Cuaresma, después de comulgar: «Oh Dios, luz que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestros corazones con la claridad de tu gracia, para que seamos capaces de pensar siempre, y de amar con sinceridad, lo que es digno y grato a tu grandeza» (Oración después de la comunión, IV Domingo de Cuaresma).
LECTURAS DEL IV DOMINGO DE CUARESMA
Primera lectura | 1 Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13a |
Salmo | Salmo 23 (22) |
Segunda lectura | Efesios 5, 8-14 |
Evangelio | Juan 9, 1-41 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Me doy cuenta de que Jesús a veces me unta de barro mis ojos para que me fije más en lo esencial?
2. ¿Me dejo llevar por la vanidad y por el deseo de aparentar?
3. ¿Vivo como hijo de la luz? ¿Qué zonas de mi vida son aún tinieblas?
Señor tu eres la luz del 🌎🌎🌎 mundo. Con mi bautismo renovado por tu santa unción quiero alabarte y bendecirte todo los días de mi vida.
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