Los primeros dos Domingos de Cuaresma nos ayudaron a fijar la mirada en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. En el primero, vimos la humanidad de Jesús tentada por el demonio; en el segundo, contemplamos los resplandores de su divinidad en el episodio de la Transfiguración.

A partir del tercer Domingo de Cuaresma, sin dejar de poner los ojos en Cristo, la Iglesia nos invita a considerar una realidad muy particular: el Bautismo. La Cuaresma es el tiempo en que se preparan aquellos que van a recibir el Santo Bautismo en la Vigilia Pascual, pero también es el momento en el que los ya bautizados recuerdan —valga la redundancia— su identidad bautismal y meditan en sus implicaciones. Para este propósito nos ayuda la contemplación del diálogo de Jesús con la mujer samaritana, recogido en el Evangelio según San Juan.
Jesús le revela a esta mujer: «El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Juan 4, 14). Todo hombre —más aún después del pecado original— tiene sed de vida, de verdad y de amor. Para saciar esta sed, el Señor ofrece un agua especial: su Espíritu Santo. «“Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí”, como dice la Escritura: “De su seno correrán ríos de agua viva”. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él» (Juan 7, 37-39).
El agua del Bautismo no solo simboliza el agua que purifica, sino que también alude al agua que sacia la sed y se convierte en “surtidor de agua que salta hasta al vida eterna”. Y esta agua no es sino el Espíritu Santo. Así como Moisés dio agua a los israelitas cuando sintieron sed en el desierto, golpeando en la roca (cf. Éxodo 17, 3-7), así Jesucristo sacia la sed más profunda del ser humano dándoles su Espíritu Santo al golpear también una roca: Él mismo. «Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Corintios 10, 4).
Jesucristo es la verdadera roca que ha sido golpeada y rota durante su Pasión y Muerte. De su costado traspasado brotaron «sangre y agua» (Juan 19, 34). La Iglesia, la vida de cada cristiano, tiene su origen en el costado abierto de Cristo, del cual sigue manando «sangre y agua», si bien de modo sacramental: a través del Bautismo y de la Eucaristía. Por medio de estos sacramentos, todo hombre y toda mujer puede saciar la sed que experimenta su corazón.
Todo bautizado puede afirmar con certeza que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Romanos 5, 5). El Bautismo supone la puerta de entrada del amor de Dios en nuestras vidas: realmente significa un nuevo nacimiento. Siempre será momento de tomarnos nuestra identidad bautismal en serio. «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (Juan 3, 5-6).
LECTURAS DEL IIi DOMINGO DE CUARESMA
Primera lectura | Éxodo 17, 3-7 |
Salmo | Salmo 95 (32) |
Segunda lectura | Romanos 5, 1-2. 5-8 |
Evangelio | Juan 4, 5-42 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Estoy cultivando durante la Cuaresma una relación personal con Jesucristo?
2. ¿Qué tipo de sed experimenta mi corazón?
3. ¿Qué implicaciones tiene para mí el hecho de ser bautizado?
Señor Jesús que mi bautismo me ayude a ver con claridad tus designios y mi caminar sea para ganar almas para ti, solo Jesús te pido me des la gracias cada día de la humildad, la misericordia con los pobres y el AMOR 🙏🙏🙏 bonito. 😍😇 Solo viene de ti.
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Señor, como la samaritana, te pido que calmes mi sed espiritual con esa AGUA que salta para la Vida Eterna, sáciame con tu perdón 🙏, piedad y tu infinita Misericordia; y ayúdame a darme también al servicio de los demás, como tú lo has hecho conmigo. Amén.
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