«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló» (Isaías 9, 1). Esta profecía de Isaías se cumple en Jesucristo: Él es la luz grande que nos ilumina. En efecto, Jesús afirma de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12; cf. Antífona de la comunión, III Domingo del Tiempo ordinario, segunda opción).

Toda la vida de Cristo resplandece por sus palabras y por sus obras. «Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mateo 4, 23). Por este motivo, el cristiano puede cantar con el salmo: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Salmo 27 [26], 1). Quien se acerca a Jesucristo queda ciertamente iluminado: «Contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (cf. Salmo 34 [33], 6; Antífona de la comunión, III Domingo del Tiempo ordinario, primera opción).
Precisamente porque ha sido iluminado, el cristiano está llamado también a ser luz: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5, 14). En este sentido, San Cirilo de Alejandría comentaba que Jesús «les mandó [a los apóstoles] que fueran como astros que iluminaran con su luz […] a todos los hombres que habitan la tierra entera» (Comentario sobre el Evangelio según San Juan 12, 1). Luz que, al igual que la de Cristo, se refleja en las palabras y en las obras.
Esto es, justamente, la evangelización. Evangelizar es iluminar: ser portadores de la luz de Cristo para los demás. No se trata de convencer a los otros, como dice San Pablo en su Primera carta a los Corintios, «con sabiduría de palabras» (1 Corintios 1, 17), sino de irradiar la luz de Dios con todo nuestro ser: pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. A eso nos llama Jesucristo hoy: a ser luz.
A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos»
Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem, n. 6
LECTURAS DEl III Domingo del tiempo Ordinario
Primera lectura | Isaías 8, 23b – 9,3 |
Salmo | Salmo 27 (26) |
Segunda lectura | 1 Corintios 1, 10-13. 17 |
Evangelio | Mateo 4, 12-23 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Me dejo iluminar por Jesús? ¿Contemplo al Señor y quedo radiante, como dice el salmo?
2. ¿Mis pensamientos, sentimientos, palabras y acciones iluminan?
3. ¿Cuáles son mis tinieblas interiores y exteriores?
Señor Jesús inunda mi vida y la de mi familia con tu LUZ para seguirte y amarte sin medida con todo mi ser.
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