Suele suceder que imaginamos los últimos tiempos con tintes catastróficos. Las mismas palabras de Jesús dan pie para ello: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo…

Más aún, el panorama que dibuja para sus discípulos es algo sombrío: Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio… Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
No extraña, pues, que algunos prefieran no pensar sobre el final de los tiempos. Sin embargo, eso solo sería quedarse con una parte de la historia. Lo cierto es que toda la Sagrada Escritura da, más bien, motivos para aguardar con esperanza la consumación del tiempo actual.
Jesús, ciertamente, no nos engaña: Él no es un optimista ingenuo y no quiere que sus discípulos piensen que en este mundo todo será color de rosa. Hay y habrá adversidad, pero el triunfo está garantizado para quien persevere en Él: Meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro… ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
«Dichosos el hombre que pone en el Señor su confianza» (Salmo 39, 5). Quien espera en Dios no tiene, en último término, motivo para temer, porque confía en el Señor de los tiempos y de la historia. En cambio, qué mala ventura para aquellos que viven de espaldas a Dios: «He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz. Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra» (Malaquías 3, 19-20).
Por eso, más que temer los últimos días, el cristiano vive con el deseo de la Segunda Venida de Jesús. Cada vez que participa en la Santa Misa aclama: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!».
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
Al Señor, que llega
para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.
– Salmo 97, 5-6.9 –
LECTURAS DEL XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura | Malaquías 3, 19-20a |
Salmo | Salmo 98 (97) |
Segunda lectura | 2 Tesalonicenses 3, 7-12 |
Evangelio | Lucas 21, 5-19 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Deseo la Segunda Venida de Jesús?
2. ¿Encomiendo a Dios las situaciones difíciles que atraviesa el mundo de hoy?
3. ¿Soy una persona de esperanza? ¿Me dejo llevar por el pesimismo?
Buenas noches, debemos tratar de vivir una vida en gracia de Dios, para que cuando llegue la hora de su venida estemos tranquilos y libres para vivir por siempre a su lado…ese día no lo sabemos pero lo único que si sabemos hoy es que con Dios, la Santísima Virgen y San José tenemos un pedacito de cielo aquí en la tierra.
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