«Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (1 Corintios 15, 14). La fe en la resurrección de los muertos se encuentra en el núcleo del cristianismo. «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado» (1 Corintios 15, 16): y si esto fuera así, los cristianos serían entonces los admiradores de un personaje insigne del pasado, pero nada más.

La Resurrección de Cristo, El Greco, 1597-1600 (Museo del Prado)

Los cristianos, no obstante, creen que Cristo es alguien más que un personaje histórico destacado: Jesucristo sigue vivo, porque resucitó. Cristo, por tanto, no solo pertenece al pasado, sino que es y está presente. Su presencia continua a lo largo de la historia constata que la muerte no tiene la última palabra: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.

Ya desde el Antiguo Testamento se encuentran rastros de la fe en la resurrección de los muertos. Así lo expresa el Segundo Libro de los Macabeos, en boca de uno de los siete hermanos que son asesinados por negarse a traicionar las costumbres piadosas judías: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna». Otro de los hermanos afirma: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará».

También encontramos alusiones en los Salmos: «Al despertar me saciaré de tu semblante». El salmista expresa el deseo de que, después del sueño de la muerte, él pueda contemplar el rostro de Dios. Así pues, en el Antiguo Testamento se expresa no solo la fe en la resurrección, sino también el deseo de la misma.

Este deseo encuentra su realización en Jesucristo. Él dice: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre» (Juan 11, 25). La resurrección, por tanto, no consiste en un mero volver a la vida: la resurrección es, ante todo, adquirir la vida misma de Cristo.

Por este motivo, el bautizado ya ha resucitado en cierto modo y está llamado a llevar una vida nueva. La fe en la resurrección implica necesariamente una conversión existencial: Vivo yo, pero no soy yo, sino que Cristo vive en mí (Gálatas 2, 20).

LECTURAS DEL XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lectura2 Macabeos 7, 1-2. 9-14
SalmoSalmo 17 (16)
Segunda lectura2 Tesalonicenses  2, 16 – 3, 5
EvangelioLucas 20, 27-38

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Creo en la resurrección de los muertos?

2. ¿Deseo la vida eterna?

3. ¿Puedo repetir con San Pablo: «Para mí vivir es Cristo y morir una ganancia»?

Un comentario en “Resurrección

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