A través de la conocida como parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, Jesús nos ofrece una enseñanza fundamental: no podemos dar la espalda a las necesidades de nuestro prójimo.

Lázaro y el rico Epulón, Leandro Bassano, c. 1570 (Museo del Prado)

Dios manifiesta un amor especial a los necesitados. Como dice el Salmo 145, el Señor «hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos», «liberta a los cautivos», «abre los ojos al ciego», «endereza a los que ya se doblan», «guarda a los peregrinos», «sustenta al huérfano y a la viuda»… El amor de Dios no sigue las leyes de la selección natural: Él no descarta a los débiles.

Por contraste, el hombre avaricioso, que busca desordenadamente su propia comodidad, suele olvidarse de las aflicciones de los demás. Está tan concentrado en su propio bienestar que ignora los sufrimientos ajenos. Su codicia lo hace incapaz de sentir compasión.

Esta manera de proceder, por ser tan contraria al amor de Dios, recibe duros reproches de su parte: «¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, confiados en la montaña de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los deportados, y se acabará la orgía de los disolutos».

Quienes viven apegados a los bienes de la tierra tienen serias dificultades para ser auténticos discípulos de Jesús. No en vano el mismo Señor dice: «Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios». ¿Cómo podría entrar en el Reino de Dios —que es reino de amor— quien vive solo pendiente de su propia comodidad?

Quienes, en cambio, viven para la vida eterna obran según otros criterios: «Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos» (1 Timoteo 6, 11-12).

LECTURAS DEL XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lecturaAmós 6, 1a. 4-7
SalmoSalmo 146 (145)
Segunda lectura1 Timoteo 6, 11-16
EvangelioLucas 16, 19-31

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Cómo es mi mirada hacia las personas necesitadas?

2. ¿La búsqueda de mi propio bienestar me ha hecho olvidar a mi prójimo?

3. ¿De qué modo se manifiestan en mi vida las virtudes que San Pablo le señala a Timoteo: justicia, piedad, fe, amor, paciencia, mansedumbre?

Un comentario en “Necesitados

  1. Mi amado Señor Jesús, te pido que transformes mi pobre corazón, para que sea sensible al dolor y necesidades de los demás como lo hiciste tú por nosotros desde la Cruz.

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