Un sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer. Al ver que los otros invitados se apresuraban para escoger los primeros puestos, decidió contarles una parábola.

Jesús lavando los pies a San Pedro, Antonio Arias Fernández, 1657 (Museo del Prado)

«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

» Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Jesús, en sus enseñanzas, predicó sobre la humildad. Pero no solo eso: toda su vida rezuma humildad. Siendo Dios se hizo hombre, «semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22). Él es, verdaderamente, «manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29).

Así, manifestó en su vida lo que se advierte en el libro del Eclesiástico: «Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor. «Muchos son los altivos e ilustres, pero él revela sus secretos a los mansos». Porque grande es el poder del Señor y es glorificado por los humildes. La desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces» (Sirácida 3, 17-20. 28).

Por medio de su humildad, Jesús señaló a los discípulos el camino hacia el Reino: pasar por la puerta estrecha, haciéndose pequeño y no despreciando las cosas pequeñas. El humilde no se deja seducir por la fascinación de lo rimbombante, sino que vive con un realismo sano, optimista y alegre, sabiendo descubrir el valor que poseen las realidades más ordinarias de la vida.

Por eso, la auténtica humildad no tiene nada que ver con el apocamiento o con una baja autoestima. El cristiano no puede ignorar la grandeza de su vocación: «Os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza, Jesús» (Hebreos 12, 22-24). Humildad, sí; pero magnanimidad, también.

Los discípulos del Señor deben ser conscientes de su pequeñez, pero sin olvidar que esa pequeñez está sostenida por la fortaleza de Dios, que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lucas 1, 52).

LECTURAS DEL XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lecturaEclesiástico 3, 17-20. 28-29
SalmoSalmo 68 (67)
Segunda lecturaHebreos 12, 18-19. 22-24a
EvangelioLucas 14, 1. 7-14

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Deseo sobresalir, ser reconocido, ocupar los primeros puestos? ¿En qué ámbitos?

2. ¿Valoro las pequeñas cosas de la vida? ¿Me fijo en los detalles de la vida ordinaria?

3. ¿Me dejo vencer por el desánimo o las contrariedades? ¿Soy magnánimo ante la adversidad?

2 comentarios en “Humildad

  1. Señor, el mejor ejemplo de humildad que tú nos das a todos nosotros, es en la Cruz; ya que tú siendo Dios, te hiciste igual a nosotros menos en el pecado. Y nosotros que somos tan pecadores nos creemos dioses. Ayúdanos a ser como tú: mansos y humildes de corazón, para poder ser tus preferidos.

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