Una de las invitaciones más repetidas por Jesús a sus discípulos es la de estar en vela: «Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame».

solitude-chagall
Soledad, Marc Chagall, 1933 (Museo de Arte de Tel-Aviv)

Jesucristo insiste una y otra vez en la necesidad de la vigilancia: «Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela […] Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

¿A qué se debe esta insistencia de Jesús? Por una parte, no podemos olvidar que «el diablo, como león rugiente, anda buscando a quién devorar» (1 Pedro 5, 8). Ante el enemigo, debemos estar en guardia. Pero, por otra parte, también es verdad que experimentamos en nosotros la siguiente tendencia: relegar a un segundo o tercer plano los bienes espirituales por estar pendientes de los asuntos de la tierra.

Cuando esto nos sucede, qué bien nos hace escuchar las palabras de Cristo: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». Con los pies en la tierra, sí; pero con el corazón en el Cielo: así ha de vivir el cristiano.

Ante los embates de la vida, nuestra ancla es la fe en las promesas de Dios: «Nosotros aguardamos en el Señor: Él es nuestro auxilio y escudo» (Salmo 32, 20). Ciertamente, puede que no advirtamos una respuesta inmediata, pero precisamente por eso conviene recordar que «la fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve» (Hebreos 1, 1). En este sentido, afirma el libro de la Sabiduría: «La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados, para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo».

¡Buen ánimo! Así deberíamos poder describir al cristiano. No necesariamente porque en todo tiempo uno esté sonriente, ni porque nunca experimente el desaliento: se tiene buen ánimo porque se tiene «buena alma», que no es otra cosa que decir que uno deja habitar en el propio espíritu a Dios, en las alegrías y en las tristezas.

Una buena forma de colaborar con la gracia divina para tener buen ánimo es, precisamente, estar en vela: estar atentos ante todo aquello que mina el buen ánimo en nosotros. ¡Cuánto ayuda el examen de conciencia de cada día! Si cada noche, antes de dormir, revisamos nuestra jornada, identificaremos —con la ayuda de Dios— aquello que nos hace bien y aquello que nos hace mal, y podremos seguir caminando en la voluntad de Dios hacia el Cielo.

LECTURAS DEL XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lecturaSabiduría 18, 6-9
SalmoSalmo 33 (32)
Segunda lecturaHebreos 11, 1-2. 8-19-5. 9-11
EvangelioLucas 12, 32-48

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Cuáles son las tentaciones que más me acechan?

2. ¿Hago, cada noche antes de dormir, un examen de conciencia de mi jornada?

3. ¿Vivo con «buen ánimo» o, por el contrario, vivo desanimado? ¿Sabría identificar la causa?

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s