En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies…».

I. «¡Poneos en camino!»
Jesús envía a sus discípulos a la misión. Al Señor no le interesa solamente un grupo selecto de personas: quiere llegar a todas las almas. Y para ello cuenta con nuestra colaboración: ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino...
El hecho de ser enviados por Jesucristo no significa que la misión será fácil —Mirad que os envío como corderos en medio de lobos—. Pero esto no debe ser sino motivo para confiar sobre todo en el mismo Señor: nuestro apoyo no son ni las posesiones —no llevéis ni bolsa, ni alforja, ni sandalias— ni tampoco siquiera las ayudas humanas —y no saludéis a nadie por el camino…
II. «De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado»
Una de las grandes alegrías del misionero radica en la aceptación del mensaje de Jesucristo. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Ahora bien, no siempre hay aceptación. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Dios invita a todos a su Reino: a nadie niega su gracia. Pero hay otro factor en juego que también resulta determinante: nuestra libertad.
III. «Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo»
Los éxitos humanos que pueda tener el evangelizador no le deben hacer perder de vista el horizonte. El misionero no anuncia el Evangelio para conquistar «mundanamente» el mundo: Jesús no espera de nosotros triunfos mundanos. El Señor quiere, más bien, reinar en corazones dóciles, que viven de fe, esperanza y caridad.
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
LECTURAS DEL XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura | Isaías 66, 10-14c |
Salmo | Salmo 66 (65) |
Segunda lectura | Gálatas 6, 14-18 |
Evangelio | Lucas 10, 1-12. 17-20 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Tengo espíritu apostólico y misionero? ¿Me dejo amedrentar por las dificultades?
2. ¿Colaboro con mi libertad a la gracia de Dios?
3. ¿Conozco la vida de misioneros ejemplares, como San Francisco Javier?
SEÑOR te alabo y te bendigo en este nuevo día que me regalas gracias SEÑOR. Te pido aumentes mi fue y mi espíritu misionero para seguir adelante en lo que me encomiendas cada día. Ayúdame a poner un granito de arena en la construcción de tu reino con la misión. Amén.
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Señor Jesús gracias por llamarme a hacer parte de tu mies. Solo te pido que me purifiques en el camino.
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Señor en tu infinito amor quiero sanarme y ser misericordiosa como tu.
Dame la gracia de adorarte.
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