Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará…». Si algo movió a Jesús a lo largo de su vida terrena, eso fue buscar la gloria de su Padre. Al mismo tiempo, Dios Padre siempre tuvo y siempre ha tenido la firme voluntad de glorificar a Jesús. Nos sumergimos en el misterio de la mutua glorificación entre el Padre y el Hijo.

I. La gloria de Dios
Hablar de la gloria de Dios implica dos movimientos: uno hacia arriba y otro hacia abajo. Solemos pensar en el movimiento hacia arriba: la gloria que las criaturas damos al Creador. Existen jaculatorias que sintetizan bien esta actitud: Deo omnis gloria! ¡Para Dios toda la gloria! o Ad maiorem Dei gloriam, para la mayor gloria de Dios. ¡Qué vida más feliz la de aquel que busca, sobre todo, rendir gloria a Dios! «Que todas tus criaturas te den gracias Señor, que te bendigan tus fieles. Que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas» (Salmo 144, 10-11).
Sin embargo, no podemos olvidar el segundo movimiento, el movimiento hacia abajo. La gloria de Dios es también la gloria que Él da a sus criaturas. En este sentido, buscar la gloria de Dios significa llevar a Dios a los demás, ser instrumentos de la acción de Dios. «El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 144, 9).
II. Un mandamiento nuevo
Jesús inculcó en sus discípulos estas dos maneras de entender y de vivir la gloria de Dios. No obstante, antes de ser glorificado por el Padre a través de la Cruz y de la Resurrección y, precisamente, para que comprendieran que la gloria de Dios no solo se halla en el triunfo, sino también en el dolor, les dio un mandamiento nuevo: «Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
¡La gloria resplandece en la caridad! Glorificar a Dios y ser glorificado por Él lo podemos traducir por amar a Dios, amar a los demás por Él y, sobre todo, ser amados por Él. Y este mandamiento es nuevo porque la caridad posee un potencial innovador que no conoce límites. Quien ama vive constantemente renovado, no se aburre: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21, 5).
LECTURAS DEL V DOMINGO DE PASCUA
Primera lectura | Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27 |
Salmo | Salmo 145 (144) |
Segunda lectura | Apocalipsis 21, 1-5a |
Evangelio | Juan 13, 31-33a. 34-35 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Acostumbro a dar gracias a Dios, a bendecirlo, a alabarlo?
2. ¿Soy consciente de que Dios quiere glorificarme? ¿Soy instrumento para que Su gloria también llegue a los demás?
3. ¿Tengo momentos de aburrimiento? ¿De qué manera me puede renovar el amor de Dios?
Señor en ti voy a encontrar nuevas todas las cosas. En señame el camino de la verdadera misión.
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