Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda... Vemos a Jesús, el Hijo de Dios, crucificado entre malechores, como si fuera un malechor más… ¡Con qué fuerza lo expresa San Pablo!: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Filipenses 2, 6-8).

Jesús, manso y humilde de corazón, no retiene sentimientos rencorosos; suplica, por el contrario, el perdón de sus verdugos. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Pero los soldados no se ablandan ni siquiera ante esto: Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. Así, se cumplía el salmo: «Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (Salmo 21, 19).
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Jesús soporta todo con paciencia y reza a su Padre con el salmo: «Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere». Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores…» (Salmo 21, 8-9. 17)
Una banda de malechores… ¿Cómo reaccionan ellos al ver al Mesías inocente ridiculizado, torturado, crucificado? Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Tú y yo, ¿qué clase de malechor —qué clase de pecador— somos?
Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. ¡Siempre en las manos del Padre! «Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme» (Salmo 21, 20); «El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Isaías 50, 7).
El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Y, una vez más, resuena el salmo: «Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. «Los que teméis al Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel»» (Salmo 21, 23-24).
Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto. Penitencia y contemplación: así estamos llamados a adherirnos a la Pasión de Jesucristo.
LECTURAS DEl DOMINGO DE ramos en la pasión del señor
Primera lectura | Isaías 50, 4-7 |
Salmo | Salmo 22 (21) |
Segunda lectura | Filipenses 2, 6-11 |
Evangelio | Lucas 22, 14 – 23, 56 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿De qué modo me puedo disponer mejor para vivir la Semana Santa?
2. ¿Qué enseñanzas me deja la meditación y contemplación de la Pasión del Señor?
3. ¿Me animo a compartir con los demás la Buena Noticia de la Salvación?
Padre Santo, solo puedo decirte: gracias, gracias por ser tan compasivo y Misericordioso con nosotros que somos tan pecadores. En ese terrible momento por el cual estaban torturando a tu Divino Hijo , Él, solo clamaba perdón para nuestra pobre y mísera humanidad. Señor enséñanos a ser compasivos y misericordiosos, a ejemplo tuyo y de tu Santísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo 🙏.
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Padre mío perdoname por la veces que con mis acciones te he ofendido quiero adorarte y seguirte tu Dios de amor he infinita caridad. Me pongo en tus manos para dejarme moldear como una vacija de barro que soy. Escuchar tu voz en mi tarea, gracias por tanto amor a mi familia.
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