Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». A Jesús lo rodean publicanos y pecadores. Fariseos y escribas se preguntan: ¿Cómo puede un hombre decir que viene de Dios y a la vez convivir con personas que ofenden a Dios? ¿No es esto una incoherencia?

A veces, podría parecer lógico que el amor a Dios suponga rechazar a los que están alejados o en contra de Él. ¿No es verdad que estaríamos dispuestos a defender con uñas y dientes a nuestros familiares y amigos si alguien les hiciera daño? ¿No sería una ofensa para ellos ponernos de parte de su agresor? ¿Y por qué, entonces, no defenderíamos a Dios, que es nuestro Padre y Amigo, de quienes le ofenden? ¡Claro que debemos hacerlo! Pero no como lo hacían aquellos escribas y fariseos. Jesús, a través de la parábola del Padre misericordioso, nos enseña la manera adecuada de defender los intereses de Dios.
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
» Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
» Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros». Se levantó y vino adonde estaba su padre.
» Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
Dios no se desentiende de los pecadores; por el contrario, se preocupa inmensamente por ellos, porque son hijos suyos. Su interés es que vuelvan a Él: que dejen atrás el pecado, porque, en definitiva, este conduce a una vida vacía y sinsentido. Si alguien quiere defender los intereses de Dios, ¡esa debe ser su preocupación! No rechazar a los pecadores, sino ayudarles a reconciliarse con el Señor.
La respuesta del hijo mayor, al final, manifiesta su envidia. Y eso era lo que quizá le pasaba a aquellos escribas y fariseos del principio. ¡Cuantas veces nos puede suceder que disfracemos nuestros malos sentimientos de buenas intenciones! Creemos que hacemos las cosas por Dios, pero en el fondo nos buscamos a nosotros mismos y nos movemos por egoísmo. Como al hijo mayor, nos puede ocurrir que, aunque estemos con el Padre, vivamos como si no estuviéramos con Él.
La parábola de Jesús termina así: El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
LECTURAS DEL IV DOMINGO DE CUARESMA
Primera lectura | Josué 5, 9a. 10-12 |
Salmo | Salmo 34 (33) |
Segunda lectura | 2 Corintios 5, 17-21 |
Evangelio | Lucas 15, 1-3. 11-32 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Pongo el mismo interés en las cosas de Dios que en mis proyectos temporales?
2. ¿De qué modo procuro que mis hermanos se acerquen a Dios?
3. ¿Rectifico la intención cuando me doy cuenta de que estoy haciendo las cosas por motivos equivocados?
Siempre he tratado de rectificar, cuando me doy cuenta de mis errores.
En este pasaje del hijo pródigo DIOS nos muestra su misericordia y nos hace ver que el amor es mucho más grande que el pecado.
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Padre mío, ayúdanos a apartarnos de los placeres que el mundo 🌎 nos ofrece cada día para apartarnos de Ti, como al hijo menor; y a no hacer las cosas que tu quieres de c/ uno de nosotros, solo por interés personal como lo hacía el hermano mayor. Gracias Padre 🙏 Santo por ser tan bueno y Misericordioso con nosotros, a pesar de nuestro pecado. No 😔 te merecemos Señor.
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Señor hoy la palabra me dice que no debo alejarme de ti porque tu debes ser el cordón umbilical en mi vida. Solo te pido mi Dios que si he sido como el hijo mayor en mi día a día, me indique el camino que debo seguir, el pensamiento, las palabras y sobre todo tener lleno mi corazón de ti.
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